miércoles, 24 de diciembre de 2008

Solo


Esta navidad será como la canción del Buki, en esta soledad. La culpa la tiene este placer onánico llamado blog. Siempre he sabido que estas páginas llegan a unas cuantas personas, que la capacidad de convocatoria no es mucha, pero entre los pocos que leen, tarde o temprano lo hace la persona que uno no quiere que lo haga.
Nunca he sido de los que se censuran al momento de escribir, me gusta hacerlo, lo siento necesario; luego publicarlo son otros cinco centavos. Claro que si se toman en cuenta los pocos comentarios, pues como que todo se reduce a compartir con un pequeño grupo de amigos, a quienes se les tiene confianza, aunque la mayoría escriba de lejos, España, Colombia, Argentina, Estados Unidos, Chile, Perú, Dinamarca, por mencionar algunos; entonces eso da cierto grado de seguridad; ya ven, con el tiempo hasta les he compartido mis intimidades; eso sí, tratando de ser lo más apegado a la realidad, no como en la adolescencia, cuando uno contaba acerca de grandes hazañas, muchas de ellas inventadas. En fin, el blog atrapa, lo obliga a uno a decir más de la cuenta, pero no me arrepiento, pese a las consecuencias.
Todo este rollo viene a cuento porque Marina (quien no se llama así, recuerdan) tiene varios días de no querer hablarme.
Al principio pensé que tenía problemas con su teléfono, la llamé unas cuatro veces, en días distintos, no vayan a creer que soy aprehensivo, y no respondió; supuse que no tenía señal, que no tenía saldo, que estaba ocupada, no le di importancia, llegado el momento ella devolvería la llamada.
Estoy consciente que las mujeres le dan significado especial a estas fechas navideñas, así que hace un par de días fui a su casa, a llevarle un regalito, a invitarla a una posada, quería ponerme a tono. En su casa me dijeron que no estaba, que la llamara al celular; como no me hago bolas, dejé el regalo, llegado el momento ella aparecerá.
Estaba posteando el cuento del Oliverio, el que trabaja en un gimnasio, cuando el Adán me soltó: Vos Johan, ¿ ya le pasó la furia a la doñita? Como le puse cara de signo de interrogación, siguió contando: fijate que ella estuvo aquí, en el internet, el otro día, y de plano leyó tu blog, porque dijo en voz alta, que se cree ese Johan, que yo soy la Nicté, para que ande contando mis historias eróticas en la red, ahora a saber en dónde voy a meter la cara, porque le he contado a mis amigos que él escribe un blog. Una cosa es darse permisos, pero otra es andarlo divulgando.
Fui a buscarla, sin tener claro el motivo, pues como dije antes, no me arrepiento de haber publicado acerca de ella. No la encontré.
La señora de la tienda de la esquina me dijo que se fue a pasar la navidad con unos amigos, que solo eso sabía. No me voy a complicar la vida, pasado el tiempo olvidará.
Bueno, por el momento creo que ventilare mis intimidades en lo recóndito del patio de mi casa, que es particular, pero se lava y se plancha como los demás. Eso es paja, ya lo saben.
Salú, feliz navidá pue
PD. Este blog entra en pausa por unos días, regreso en enero-09; no cambien la sintonía.

viernes, 12 de diciembre de 2008

La carta

Johan, querido, no sé que estarás pensando...

En el principio fue la confusión.

...cuando tomaste mi mano...

Tomé tu mano, ofreciste los labios,

...sentí que el deseo me atacaba, tu rostro estaba tan cerca del mío que no pude sino entreabrirlos para besarte.

quise besarte, despacio, poco a poco, con cautela, fuiste todo lo contrario.

Tengo que decirlo, tus besos son lo que yo esperaba, el sabor de tu aliento es delicioso.

Fueron besos apasionados, es necesario utilizar el lugar común, algo se desató, tus labios, tus dientes, la humedad en mis mejillas, el sudor en mi frente, un erizo en el cuello, tu furia, contenida de años, el calor.

No sé si puedas creerme, pero no suelo ser así de aventada con los hombres.

Tus manos en mi camisa, en los botones, mis manos en tus pechos, en tu suéter, los besos, el abrazo fuerte, la camisa terminó en la cama, el suéter en tus manos, quedé en desventaja, por unos momentos, luego tu blusa cedió.

Creo que las mujeres no debemos negarnos nada a nuestros propios cuerpos, había deseo en ambos y sólo traduje lo que sentí que me provocabas, aunque creí que querías detenerte, no sé, supongo que siempre hay un momento de duda.

No hubo duda mujer, temor al compromiso, indecisión tuya, curiosidad.

Supe que ya no nos detendríamos cuando me jalaste hacia la cama, el sofá no estaba tan incómodo, te lo aseguro, pero me levantaste y me llevaste por ese laberinto de libreras que usas de separación para tu dormitorio.

Como si conocieras el camino, te levantaste del sofá, solo fui el guía, caminaste entre las libreras, tuve suerte de haber cambiado sábanas, luego la cama crujió.

Espero que no te hayas molestado porque me adelanté con el preservativo, comprende que a mi edad todavía puedo concebir y, bueno, las enfermedades, más vale prevenir.

Antes que yo, quién sabe de donde, sin dejarme intervenir, sacaste un preservativo, me lo pusiste.

Johan, la verdad es que lo hicimos bien, tu ritmo y mi ritmo, lo que deseábamos ambos, incluso jugueteamos con algunas fantasías, no me puedo quejar, estuvo buenísimo. No creas que no me avergüenza lo que piense la dueña de tu casa, pues casi tira la pared, supongo que debo cuidar mi volumen para la próxima.

Fue bueno, gritaste, me lo diste a entender, la dueña de la casa, quien vive justo al lado, golpeó la pared, pedía que nos calláramos, tiempo después quedamos tendidos, pensé que te quedarías, llévame a casa dijiste, lancé un putazo en la mente, quería descansar un poco, recuperar el aliento, insististe, mencionaste la hora, accedí, para mi fortuna no vives lejos, caminamos, el frío de noviembre caló, te dejé en la puerta, me besaste a medias, hubiera querido que te quedarás en mi casa, pero no te presioné.

Si no quise quedarme toda la noche es porque no quiero compromisos Johan. No me interesan las relaciones largas, de ninguna clase. Tenía miedo porque se dice que los negros… bueno, lo comprobé. Gracias por hacer realidad mi fantasía, hace años que quería comprobar todos esos mitos y me gustó mucho, en verdad Johan, la próxima vez que hablemos no menciones mi carta, no menciones lo que hicimos, solo hagamos que se repita, volverá a pasar, pero no te digo cuando, depende de tus deseos y de los míos, no te preocupes por el compromiso, no hay nada de eso, esta es una relación madura, somos adultos, dos personas que se gustan y se desean. Besos.

Doblé la carta, me senté, preparé café, suspiré y entonces pude reír; tantos años en Guatemala, varias mujeres después, vengo a encontrarme una que se conoce, que se da permisos, a pesar de la carta. Creo que ahorraré para comprar una cama nueva.

Salú pue.

viernes, 5 de diciembre de 2008

El taxi, la casa y el hombre viejo

Subiste al taxi, callada, no hablaste durante varias cuadras, quizá tratabas de leerme la mente. Pensaba en la crisis, en los cuates que no han llegado al taller, en que también tengo corazón, y los sentimientos generados en el cortejo son agradables, permiten pasar buenos momentos. Ahora que el taller no ha tenido continuidad, los patojos han encontrado actividades alternas, te has convertido en un respiro, una plática agradable, salida al cine, cenita en casa, almuerzo con familia.

Me sorprendió la propuesta de ir a mi casa, entré en pánico, no podía recordar si recogí mis calcetines, mis calzoncillos, ¿se habrá metido el gato de la vecina? Siempre deja orines y heces, le gusta ese rincón del baño. ¿Hace cuanto cambié las sábanas? ¿dejaría restos de comida al lado de la computadora? Cuando uno vive solo no se preocupa de los detalles, el sofá se hunde entre capas y capas de objetos, libros, revistas, volantes publicitarios, estados de cuenta, ropa que no encontró su camino al clóset.

En el silencio pude observarte, percibí un pequeño brillo, una lejana excitación, me concentré en tus ojos, te tomé la mano, estaba fría, sentí la adrenalina subiendo por tu cuerpo, ambos en un estadio intermedio entre el miedo y la expectación. ¿Hace cuanto tiempo que no le pedías a un a un hombre que te llevara a su casa? proponerle algo más. Lo mío llegaba al terror, meterte en mi cama llevaba implícito el riesgo de algo más, una relación, un compromiso, soy paranoico. Era inevitable evocar las mujeres que se han enamorado de mí, con las que no he querido nada en serio; en este país es difícil que una mujer se dé libertades.

Acaricié tu mano, con la yema de mis dedos, entonces mi paranoia me dijo que tenías miedo, que quizá estaba forzando la situación, quise calmarte, pero me devolviste una sonrisa, lo hizo a la fuerza me dije, le salió artificial.

Ya en la puerta de mi casa sentí el deseo de decir: ¿segura que quieres entrar? pero me contuve, esas demostraciones de corrección suelen ser interpretadas como inseguridad, he aprendido que a las mujeres no les gusta eso. Para mi era el último chance de escapar de lo que, según mi paranoia, tu creías era un compromiso.

Dejé notar mi nerviosismo al abrir la puerta, las llaves se cayeron un par de veces, reímos, sirvió para liberar la tensión.

Mi casa no es una casa, es un apartamento del centro de la ciudad, una habitación enorme, un baño al final del corredor, medio patio (la dueña lo partió con una pared), un garage y una cocineta pequeña. La habitación tiene frisos y molduras de otra época, creo que se trataba del salón o sala principal, al fondo del patio quedaron chunches viejos, algunos aprovechables, como el escritorio, cuatro sillas que tengo para usar con una mesita cuadrada, de esas que venden por cien pesos en la avenida Bolivar. Es raro, no me había pasado antes, pero hubiera querido tener algo mejor que la cama de metal barnizado, que cruje horrores, sentí que el colchón de algodón apelmazado y las libreras que sirven de biombos, y dan una falsa sensación de privacidad, eran poca cosa. Cuando viniste a invitarme al fiambre dijiste que te parecía uno de esos lofts industriales de Nueva York. Siempre pensé que ese día fuiste condescendiente. Para mi fortuna todo estaba más o menos limpio, aunque sobre el sofá amarillo huevo, que me regaló la mamá del Adán, cuando compró uno más decente, tenía mi traje beige, el portafolios, zapatos y dos camisas recién lavadas, además de un par de calzoncillos, de esos de abuelito (también recién lavados). Reíste mientras recogía todo, y lo colocaba en un rincón, con la clásica frase: lo siento pero no he tenido tiempo de limpiar; al menos no habían restos de comida. Sólo un vaso que apareció debajo del sofá, con un material verdoso adentro.

Me senté a tu lado, te ofrecí agua, un café, habías visto el vaso, no te arriesgaste, no te preocupes, estoy bien, sólo siéntate a mi lado, dijiste.

Conversamos un rato, actué como un chaval enamorado, quería estar más cerca, pero no me atrevía, no soy tímido, rara vez me pasa, pero percibía temor en tus ojos. Ahora que leo tu carta me doy cuenta que estaba equivocado.

Salú pue.