El otro día, como cosa rara en estos tiempos que no hay taller, me junté con toda la mara: el Adán, el Beto, el Jonás; ya ven que cuando la gente se reúne, de inmediato se empieza a hablar pajas, así es que al rato estábamos hablando del rollo de escribir.
Como el Adán anduvo pidiendo consejos cuando lo del atraso de su novia, el tema salió a discusión; pero se desvió hacia terrenos interesantes o graciosos.
Resulta que el Jonás estudió teatro y, como es obligatorio, tuvo que leer a Stanislavski; entonces le dijo al Adán: vos, siguiendo el método, esa experiencia la podés aprovechar, podés escribir un tu texto a partir de lo que sentiste cuando pensaste que te habían clavado otra vez. El Adán puso cara de ¿de qué hablas Willys?, por lo que tuvo que explicarle el asunto del método; le dijo que se había vuelto de aplicación general y que, desde hace muchos años, los actores juligudenses lo han utilizado; luego agregó: la cosa es que para expresar una emoción, en teatro o cine, es necesario hurgar en tus recuerdos, por ejemplo; podés recordar el momento en que tu traida te soltó lo del retraso y de seguro te salen las lágrimas con toda facilidad; bueno, eso es para la actuación, pero de plano que funciona con la literatura.
El Beto se animó y le terminó contando lo de aquel River Phoenix, el actor que se murió afuera del club de Johnny Depp, de quien algunas leyendas urbanas dicen que se metió tanto en el personaje que terminó suicidándose.
Vos Jonás, según ese tu método, no se puede escribir a menos que se tengan las vivencias, dijo el Adán, pero antes que pudiera responder el Beto se adelantó: probablemente los textos de Cortazar tienen tanta fuerza porque están basados en su vida y la supuesta esquizofrenia que tenía; los alucines de Borges se explican por su ceguera y la manera alterada o diferente en la que percibía el mundo; quizá de esa forma se puede explicar por qué la literatura de Benedetti es tan light pues, a pesar de su militancia revolucionaria, sólo vivió con una mujer hasta su muerte.
El Adán estaba frikeado, resulta que el escritor que le dijo que era un gran poeta, también le mencionó que en su poesía se advertía cierto aire de homosexualidad; entonces dijo: nel muchá, yo si que no pruebo, a mi esas cosas si que no me gustan, prefiero ser el escritor menos reconocido del mundo. Al Beto se le escapó una sonrisa y luego agregó: para decir que no te gusta tenés que haber probado antes. El Jonás dice que es iconoclasta, pero ante la afirmación del Beto todo el fundamentalismo que lleva dentro se le reflejó en el rostro; a punto estaba de echarse un sermón, pero como esas cosas me aburren lo detuve y dije: ¿qué de malo hay en que el Beto haya probado?
A partir de ahí todo se volvió chingadera, no hubo más coherencia en la conversación, aunque en los minutos previos tampoco existió; eso sí, seguimos intentando descubrir el agua azucarada.
Lo cierto de todo esto es que mucha mara que escribe, sean viejos o patojos, convierten en ídolos a los poetas malditos, a Bukowski, y a todo aquel que haya llevado una vida autodestructiva, entonces se empeñan en experimentar con todo lo que tengan a la mano, porque eso alimenta su literatura; pero como ya estoy sonando moralista y dios me libre de ello, entonces la dejo ahí.
Usté querido lector que me honra con su visita, ¿qué opina del rollo?
Salú pue.
Por si les interesa: Como el contador, que aparece arribita a la izquierda, está por llegar a un número que me gusta, entonces al visitante No. 6666 le regalaré un cuento pajero, siempre y cuando me cuente una anécdota.
El tambo — Capítulo 4
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—Joven, hágame el favor, por vida suya, ayúdeme a subir el tambo por la
puerta de atrás.
Un poco de esfuerzo y el tambo quedó acomodado. El brocha apurab...
Hace 10 años