martes, 24 de noviembre de 2009

La sensación de ser “caquero” o de cómo el “Nais Aquarium” me recordó que hay más peces en las peceras, y que la comida de franquicia sabe a duroport.

Después de haber salido un par de veces con la chica de los piercings (en el lóbulo de la oreja), he notado que es una niña bien. No sólo por la marca del carro, que estimo es modelo 2009, también porque el tonito de voz que identifica a las chicas fresa no se le ha quitado al 100%. Ella lo intenta, pero de repente se le escapa un: o sea pues. El rollo es que, según veo, anda en una etapa de descubrimiento, se percibe que está en busca de la autenticidad, aunque también puede ser rebeldía pasajera; sea lo que sea, debo decir, su compañía es agradable.

El otro día que me llamó tardé un poco en reconocerla, sonaba como esas patojas de colegio caro (también las wanabe hablan de esa forma), de las que expresan su admiración diciendo: alagránnn y terminan cada frase con un: veá. Me dijo que si quería salir el viernes (el pasado), que podíamos ir a comer rico, que pasaría por mí. Encantado dije, ni modo que me negara.

Llegado el día, puse la condición que yo pagaría y que ella escogiera el lugar. Eso de ser gorrón no va conmigo, sólo con andar en su carro ya me siento incómodo, pues ni siquiera ha dejado que le ponga para la gasolina.

Enfiló para la zona 10, tomó la diagonal 6 y al rato estábamos entrando al Oakland Mall. Me tomó del brazo y dijo: te voy a llevar a un lugar evocador. No puse objeción. Unos minutos después nos habíamos sentado en una de las mesas VIP de Nais Aquarium. Es para que recordés un poco de tu natal Belice, dijo.

Aquí entre nos, el restaurante es bonito, pero es más para que los papás lleven a sus hijos pequeños. Sólo a los niños les puede resultar divertido ver esas grandes peceras, el lugar no es la gran cosa y la comida no es tan buena.

Como tengo tacto y siempre trato de no parecer grosero, evité decirle que no era la primera vez que visitaba el restaurante. Lo que si le dije fue que mis recuerdos de Belice no tenían nada que ver con la playa y la fauna acuática. Tuve que hacerlo, pues insistía con que le dijera el nombre de cada uno de los peces. Yo intentaba hacerme el chistoso y decía cosas como: ese se llama Chepe, el otro Pancho, y cuando observé un pez payaso le dije: ¡encontré a Nemo, encontré a Nemo!

En algún momento de la conversación le salió lo caquero que lleva dentro, de forma natural mencionó: mirá Johan, a mí me gusta mucho que hayan construido el Oakland Mall, es como, no sé, algo nuevo, algo que este país no tenía, algo como de primer mundo, además, el aquarium está bonito, veá; claro que no es como los que hay en los ‘estados’; pero por algo se empieza; o sea pues.

Pensé que era difícil creer que debajo de tal superficialidad había una chica inteligente y culta; pero así era, salvo esas lagunas, la mayor parte del tiempo hablaba de cosas interesantes.

Considerando que la comida no es buena, pues es comida de franquicia, y que cobran la entrada, el Nais Aquarium es bastante caro. Afortunadamente acabo de recibir una buena platita, por un proyecto que recién entregué, así es que con ella o solo, en estos días ando dispuesto a complacer alguno de mis gustitos caros. De cualquier forma, cuando tocó pagar se negó a ser invitada, eso ya pasó de moda vos; dijo, mientras pagaba su parte; no tuve más remedio que aceptar.

Al salir, caminando por aquellos pasillos que ya lucen adornados de navidad, y sabiendo que tengo algo de dinero para gastar (disculpen que lo vuelva a mencionar, pero no siempre tengo, y como ando en plan caquero, entonces lo presumo), tuve el impulso de gastar alguito. La llevé a una tienda en la que venden vinos franceses, entramos, compré uno de buena cosecha, balanceé la botella en mis manos y dije: vamos a mi casa, allá tengo unos quesos para acompañarla.

El resto de la velada no lo contaré, pero si imaginan que pasó lo que pasó tienen razón, por supuesto que el preámbulo fue, cómo les digo, agradabilísimo.

Cuando se despidió me dijo: Johan, me encantó conocerte, esta es la última vez que salgo con vos, no me malinterpretés, lo que pasa es que mi familia acostumbra celebrar el ‘thanksgivingday’ en los ‘estados’; salimos mañana y ya no regreso a Guatemala hasta dentro de unos diez meses, porque me quedo estudiando por allá.

No niego que me sentí algo triste, pero con toda la serenidad del caso le dije: para mí todo esto ha sido muy agradable Linda (se llama Linda), te deseo... (hice una pausa) toda la suerte del mundo.

Me quedé con las ganas de invitarla a Casa Yurrita, hasta había diseñado un plan para que ella no pagara. Igual iré, no será lo mismo, pensé, aunque en el momento vino a mi mente la imagen de las peceras y dije, en voz alta: hay más peces en el mar, o en las peceras.

Salú pue.

martes, 17 de noviembre de 2009

De los que no buscan será el reino de lo inesperado

No he tenido pareja estable desde hace varios años, pero me las ingenio para no estar solo todo el tiempo. La compañía de una mujer es de lo que más se disfruta en esta vida, pero ya saben: todo con medida, nada con exceso.

Eso sí, cuando la compañía femenina escasea siempre están los cuates; aunque hay días en los que definitivamente hay que apechugarse con la soledad, cosa que no tiene nada de malo, también es agradable.

Las últimas semanas ha habido escasez de unas y otros; pero no me preocupo, ni me siento solo, estoy seguro que será un tiempito, nada más. Los cuates andan cada quien en su rollo. El Adán ha venido a buscarme para que le de consejos, siempre le digo que utilice preservativos, a lo que responde que ya aprendió la lección y me muestra la cajita que carga entre su mochila. El Jonás está ocupadísimo, así dice él; yo le creo, porque entre su numerosa prole y la iglesia, a saber cómo le hará. El Beto se conectó una su chica que hace trabajo voluntario y, como anda encampanado, viaja con ella a todos lados.

En esas de estar y no estar con alguien, una tarde pasé enfrente de la casa en la que dicen que está un lugar que se llama Libre café. Como ya me habían contado que no tiene rótulo y que la puerta está cerrada, pero se toca y lo atienden a uno, entonces me paré y toqué; salió a abrir una muchachita, flaquita, flaquita ella, bastante amable, quien me dijo que pasara adelante.

El lugar se ve medio caótico. Entré, hice mi observación rutinaria, caminé por los corredores, no es tan grande; en las paredes hay unos murales bien chileros, aunque da la impresión que no están terminados; por otro lado pude ver una cuna blanca, con un móvil del que penden unos machetes, también blancos; parece que algún artista conceptual la dejó olvidada por ahí; bonito juguete para los niños, pensé.

Me acomodé en una mesita, pregunté qué había de comer, no me dieron muchas opciones, por lo que pedí un pay de pollo y una ensalada de tomate, venía decorada con sal negra y albahaca; bien rico todo.

Ahí estaba yo, distraído, cuando levanté la vista y que me encuentro con la imagen de una patoja como de unos 30 años, sentada en la mesa de enfrente, tomándose un su café, solita, igual que yo. Sostenía en la mano izquierda lo que parecía una partitura y con los dedos de la derecha marcaba el ritmo sobre la mesa, tac, tac, tac, se oía. Vestía unos jeans, tenis; blusa sencilla, pero sexy; tenía el pelo corto, llevaba puestos unos antejos de aros y patas anchas, de esos que están de moda; eran notorios los piercings que cubrían todo el lóbulo de su oreja derecha; bonita se miraba, pero no le puse mayor atención.

Volteé a ver hacia otro lado, mientras sacaba de mi morralito un lápiz y un cuaderno, cosas que siempre llevo conmigo, pero nunca uso. Los puse sobre la mesa y adopté posición de: primero pienso, luego escribo.

A tomar el lápiz iba cuando escuché una vocecita que me dijo: me lo prestás. La niña se había movido sigilosamente hacia mi mesa. Ya sentada, hizo algunas anotaciones en su partitura, borró algo, lo volvió a escribir, sacudió la hoja, la dejó a un lado, me miró a los ojos y se puso a hablar. Me contó que era la primera vez que visitaba el lugar, que estudiaba en el conservatorio nacional de música, que su instrumento preferido era el piano, que no tenía novio; que vivía sola, ahí en el centro, a unas cuadras de Libre café; que le gustaba la literatura, que no le gustaba salir con menores que ella, que prefería los mayorcitos, que tenía 29 años; me dio su opinión sobre política, deporte, espectáculos; me sorprendió su humor ácido y sus comentarios desenfadados, como cuando dijo: me gustaría pedir un espagueti al porno; ah, al forno, dije yo; a lo que replicó: no, al porno, desnudo, sin nada encima. Otra de sus buenas puntadas fue cuando mencionó: la única forma de poner el nombre de Guatemala en alto es escribiéndolo en un barrilete y soltar todo el hilo del carrizo.

Conversamos un buen rato, hasta que me dijo que tenía que irse. Me ofrecí a acompañarla, pero resultó que fue ella quien me llevó, pues tenía parqueado su carro afuera, y como ustedes saben, si no lo saben se los cuento, yo ando a piecito.

Le agradecí el aventón, me despedí de beso, pilas que es uno; a bajarme iba cuando me dijo: Johan, tengo entradas para un concierto de piano que habrá la otra semana en el auditorio de la Marroquín (la universidad), ¿me acompañás? Ulugrún, dije yo, dentro de mí. Traté de quitar mi cara de sorprendido, al tiempo que respondía: me encanta el piano y dicen que esos chavos que darán el concierto son bien pilas... No terminé de pronunciar la frase porque ella interrumpió: entonces paso por vos.

Aquello fue algo extraño, no porque se trate de una patoja tan joven, eso ya me ha sucedido otras veces (aunque recuerden que soy un pajero); lo digo porque el concierto estuvo bien calidá y la compañía mejor; cuesta que eso suceda.

Salú pue.

martes, 3 de noviembre de 2009

Fiambre, difuntos, “reguetón”; o de cómo la vejez cambia la forma de ver las cosas

Maestros y maestras que visitan mi semi-abandonado blog, les cuento que este año no hubo fiambre. Voy a sonar como despechado, pero la verdá es que no mucho me gusta el mentado platillo, tiene demasiados ingredientes. El año pasado me di una buena comilona, con chelitas y todo; pero estaba en buena compañía, así uno se anima a hacer concesiones.

Para los que no lo saben, el fiambre se come una vez al año, el 1 de noviembre; es una mezcla de todos los embutidos habidos y por haber, colocados sobre una base de verdura picada, curtido que le llamamos en Guatemala.

Muchas tradiciones se vienen cuando inicia noviembre, partiendo del hecho que todos acuden a adornar las tumbas de sus muertos; aunque luego, luego, dan paso a la temporada navideña.

A mí esos rituales con la muerte se me hacen insoportables. No tiene que ver con que le tenga miedo, es que no me gusta ir a los cementerios; por mi parte los muertos pueden descansar en paz. No es que sea un tipo sin sentimientos, yo también tengo mis muertos, a los que recuerdo de forma recurrente: mi abuela, mi madre, la madre de mis hijos; pero nunca he visitado sus tumbas, es parte de mi forma de ser.

La cosa es que, a pesar de ser una tradición del día de los santos difuntos, para mí, comer fiambre más me parece una celebración de la vida; en línea con el comamos y bebamos que mañana moriremos.

Pero ya la fecha pasó, yo sigo hablando del tema porque mi cabeza está hecha un revoltijo; bueno sería tener el orden de Miss Trudy, quien siempre llena sus post de actividades, pero bien ordenaditas las presenta.

Como dicen que escribiendo uno hace espacio para nuevas ideas, además espero que al comentar acá algunas trivialidades pueda poner un poco de orden en los pensamientos, pues ahí les van.

Hace unos días, en una de esas ventas de antigüedades, veía un teléfono sin números ni disco. Un niño se le quedó viendo al aparatejo y le preguntó a su papá: ¿qué es eso papi? Él respondió: Está raro vos, parece un teléfono, pero a saber cómo funcionará. Resistí la tentación de contarles que se trataba de un teléfono de los que se usaban hace unos cuarenta años, cuando habían operadoras que comunicaban con otros números; sólo se levantaba el auricular y timbraba en la central, donde una amable mujer decía: ¿con quién quiere hablar?. Yo siempre olvidaba el número, entonces la señora pedía el nombre, uno decía: con doña fulanita de la tienda, y la amable señora nos contaba que había salido de viaje a ver a su abuelita enferma y no regresaría hasta dentro de unos días. Mucho mejor que esas dichosas contestadoras automáticas que hay en estos días. Supongo que un niño de esa edad, tenía como 10 años, ya debe tener entre la bolsa un celular 3G, o una Black Burry, o Berry, da lo mismo. Si que estoy viejo dije en voz alta.

Visualizando el celular estaba, cuando empezó a sonar una melodía de ritmo reguetón, ya melodía, a esa bulla que bailan los patojos de ahora me refiero. De inmediato recordé un video que me llegó por email, en donde una pareja baila el mencionado ritmo.

Púchica maestros y maestras, eso es bailar, lo demás son babosadas, si vieran a esos dos, es algo así: Ella le da la espalda, él la toma de la cintura, ella arquea el cuerpo hacia adelante, él se arquea hacia atrás, ella le pega las nalgas, él extiende los brazos, ella se mueve rítmicamente sin despegarse, él le pone una mano en el vientre, ella no deja de moverse y se arquea más, él levanta una mano como si fuera jinete de jaripeo, ella se da la vuelta, él se queda parado y abre las piernas, ella se pega de nuevo y se mueve otra vez en círculos, ella se pone como que fuera perrito, él la monta por detrás, ella se da vuelta y hace como que le baja el pantalón, él le pone las manos en la cabeza, ella hace como que succiona, él hace como que traba los ojos. Es una especie de video porno, pero ambos están vestidos. Bien pilas para bailar.

Sin embargo, miren como cambian las cosas, también recibí otro video, la misma música, el mismo baile, el mismito, así sin paja, con la única diferencia que los protagonistas eran niños de entre seis y diez años (si no me creen gogléenlo), que estaban en la celebración de un cumpleaños y alentados por padres y madres, participaban en un concurso de baile. Aquí si me chocó el asunto, para que se los describo, si era como estar viendo pornografía infantil.

Me puse a pensar en lo mucho que cambian los tiempos y como la gente es producto de su entorno, no tengo nada en contra del reguetón, pero es inevitable pensar que los niños de esa fiestecita, de seguro, estarán teniendo sexo a los once o doce años.

Quizá ya estoy viejo y me estoy volviendo puritano, pero creo que eso no se hace con los patojos.

Salú pue.