viernes, 30 de enero de 2009

Champurradas voladoras

¿Alguien puede imaginar la internet sin Google? Nel pastel, para nada, por su medio se encuentra toda la información necesaria e innecesaria, hasta lo más descabellado; como el significado del comentario que el maestro Dublín me dejó en los Cuentos pajeros, no fue difícil, ahí estaba, fue cuestión de teclear las palabras correctas.

No les voy a contar, a estas alturas de la vida, que entre tanto sitio de cualquier cosa, existen páginas que traducen esos regionalismos, pero existen, no miento.

Hay días en los que dan ganas de escribir algo, si es interesante para los demás mucho mejor, pero se tienen otras cosas en mente, la mentada crisis no nos deja en paz, entonces se pone uno a imaginar a la gente que le gusta pensar en la inmortalidad del cangrejo, cosa que yo no hago, porque he comido bastantes de esos bichos, por lo tanto he comprobado que no es posible.

El problema de ser obsesivo es que se tiende a querer, por todos los medios, despejar ciertas dudas, casi todas, todas pues. Por suerte basta con escribir las palabras en Google y aparecen todos los enlaces que hablan de la inmortalidad del cangrejo, son un montón, hasta hay universidades que ofrecen doctorados en el tema, eso ya es paja mía; lo cierto es que hay foros, grupos, blogs, páginas; todos tratando de descifrar el significado oculto tras aquellas palabras: La inmortalidad del cangrejo, leí en voz alta, mientras apoyaba la barbilla entre el dedo índice y el pulgar de mi mano izquierda.

Metido en esas honduras filosóficas, busqué champurradas voladoras, expresión guatemalteca que se refiere a lo mismo, o sea, a la inmortalidad del cangrejo; pero ¿qué creen? Cero resultados, tal parece que la frase no es tan popular como yo pensaba, de hecho, recién ahora recuerdo que solo la he escuchado mencionar por una patoja que llegó durante un tiempo al taller, ella aseguraba que en sus años de colegio todo mundo la decía. Pues para no dejarlos con la inquietud, voy a tratar de explicar un poco el rollo.

Para comenzar, en tono doctoral, imitando al maestro Piláz, diré que la etimología de la palabra champurrada proviene, digo yo, de chapurreada, voz que alude a: mal hecho, torpemente fabricado, y que da nombre a una especie de galletas circulares, elaboradas sin molde, palmeadas, algunas veces cubiertas con semillas de ajonjolí, son doraditas, delgadas, crujientes, de la familia del pan de manteca o dulce, parte de la dieta básica del guatemalteco y acompañante favorito para el café; incluso una marca se comercializa a nivel internacional como: galletas para café.

La champurrada es parte integral del ritual del cafecito. En Guatemala no se toma café, se toma cafecito, con diminutivo, y no se sirve una taza, se sirve una tacita, aunque sean recipientes grandes, como los pocillos de peltre que todavía se ven en algunos mercados.

Este país se precia de cultivar el mejor café del mundo, aunque dicen lo mismo en Colombia y Costa Rica, también en Brasil, todo mundo es exagerado (ya ven que lo mismo sucede con los centros comerciales, todos los países de Centroamérica tienen el Mall más grande de Centroamérica); a pesar de lo bueno que pueda ser el grano de por acá, la gente no tiene cultura de tomar buen café (hasta en años recientes se empieza a cambiar el gusto), entonces se toma bastante ralo, de mala calidad, agüita de calcetín que le dicen; la culpa la tienen las doñitas de antes que, por no desperdiciar, hervían agua varias veces sobre el mismo café; a eso se agrega que la costumbre es endulzarlo mucho, al grado que se llega a preguntar: ¿desea un poco de café para su azúcar? Eso sí, el mejor complemento siempre es una champurradita.

La tradición manda: mojar la champurrada, o sea introducir el panito dulce, en la tacita de café, para humedecerla y suavizarla, cosa que se ve mal, pero no hay guatemalteco que resista hacerlo; por lo que, al final, ha sido aceptado socialmente.

Volviendo al rollo de las champurradas voladoras, la expresión se dice cuando alguien habla sin sentido, o se queda mirando al horizonte, pensando en nada; es una metáfora, nada más, porque no creo que haya guatemalteco capaz de lanzar al aire una deliciosa champurrada.

Espero que, de ahora en adelante, si alguno quiere goglear la expresión, llegue a mi blog.

Salú con un cafecito pue.

viernes, 23 de enero de 2009

Un poquito más de lo mismo

Cuando enero ha pasado de la primera quincena todo mundo dice que el año va rápido, que cuando sintamos ya estaremos en Semana Santa, que los días se van volando; en fin, las referencias a la velocidad del tiempo son incontables; cosa rara, si se toma en cuenta que los años, los meses, los días, los minutos, los segundos, todos, siempre han tenido la misma medida.

Los inicios nos desubican, dan hueva, siempre he pensado que, luego de terminado un año, debería existir un margen de unos ocho días antes que inicie el nuevo. Sería un lapso de transición, de renovar fuerzas; claro que son cosas innecesarias, lo que pasa es que somos extraños, pues ya sabemos cuando terminará, como terminará y, sin más espera, que empezará el siguiente, la cuenta va de nuevo.

Uno piensa que habrá cambio, pero la novedad se va perdiendo en la medida que febrero se acerca, que los patojos vuelven a clases, cuando el tráfico se pone aún más insoportable. La rutina es la misma, hay que mantener la actitud, al menos el precio de la gasolina bajó algo; pero se viene la crisis, dicen todos, este año si nos va a golpear, como si no siempre hubiera sido lo mismo, aunque ahora todos tienen la esperanza puesta en San Obama, ese patojo si que se las verá negras.

Las cosas no se detienen, no hay continuación, siguen de acuerdo al rumbo que uno determine. Por supuesto que siempre hay elementos externos, la violencia, la fuerza de la naturaleza, pero hay que estar alertas, el manual de sobre- vivencia básico se reduce a una sola frase, lo único memorable que dejó VIP (se acuerdan de la película): vivo te quiero.

Ya ven como todos los años empiezan igual, haciendo recuentos de esto o de aquello; que si el primer año del gobierno, que si la violencia se incrementó, que si la inflación superó las metas, que los propósitos del nuevo año; luego, cuando ya ha pasado junio, volveremos a decir: alagran, qué rápido se fue el año, ya viene navidad otra vez; y vuelta a sufrir porque se ha gastado el bono 14, los que reciben; y a esperar el aguinaldo, los que todavía tengan chance; y a pagar la inscripción del colegio del otro año, los que puedan pagarlo, cada vez lo cobran con mayor anticipación.

Les dejo las palabras de aquel famoso sabio, al que le gustaba partir niños en dos: Vanidad de vanidades, todo es vanidad; da la impresión que tenía contrato publicitario con esa revista, por eso les recuerdo que también existen otras, Cosmopolitan, por ejemplo; digo que todavía existe, o de perdida la revista Amiga. Son todas iguales.

Salú pue.

El anterior mensaje fue cortesía de: CHUCHITOS DOÑA CHONITA.

viernes, 9 de enero de 2009

Vuelta a la página

No quisiera seguir hablando de las navidades y los años nuevos, pero ya ven, en la medida que uno se pone viejo se hace más difícil arrancar la última hoja del calendario.

El rollo es que la navidad pasada estaba dispuesto a hacer concesiones, celebrar, pero como las cosas se trastornaron a último momento, entonces me puse a buscar otras opciones, claro que sin muchas ganas.

Afortunadamente los cuates siempre están a la orden; el Adán ofreció su casa, la de su mamá pues, pero eso de posar en navidades no me gustó; así que me contenté con acostarme temprano.

Después de calentar un par de tamales, de los que me regalaron la mamá del Adán, la vecina, la esposa del Beto, el Dieguito, en fin, los que me conocen, y sabían que iba a estar solo, enviaron el respectivo tamalito, paré reuniendo como quince, de todos colores. Cada casa tiene su modo de hacer tamales, habían de arroz, de masa, de marrano, de pollo, la dueña de la casa me presumió que los suyos eran de gallina criolla.

Me despaché uno de arroz y el otro de maíz, ambos de carne de cerdo. Los negros los dejé para otro día, esos venían con dedicatoria especial, pero como no me gustan mucho, por el sabor dulzón que dejan, los guardé; aunque a estas alturas del año ya se fueron feitos.

A las siete de la noche apareció el Jonás, venía a invitarme al culto, dijo que los niños de la iglesia iban a presentar una pastorela, que comenzaba a las ocho, le dije que me iba a acostar temprano, pero luego me animé, al fin que, pues nada, igual no creo en dios, pero reírse un rato de las payasadas de unos niños me permitiría salir. Si me quedaba en casa, dormido, luego la cuetería de las doce me iba a despertar, eso me pone de mal humor.

La iglesia del Jonás es un local comercial reacondicionado para fungir como tal, tiene poca decoración, las señoras colgaron unas cortinas rojas para simular un escenario, al mismo nivel del suelo, apenas éramos unas veinticinco personas, casi todos padres de los niños que desfilaron como reyes magos, pastores, un ángel y, por supuesto, José y María. La novedad era que el niño Jesús era un niño de verdad, el nieto de Marina (quien no se llama así, tengo que recordarlo), para más señas, y ahí estaba ella, con la mirada altiva, aparentando que no me había visto (quizá era yo el que estaba pensando pajas), hasta que su hija la codeó, entonces me dirigió una sonrisa de cajera de Mc Donalds.

Me arrepentí de estar ahí, por un segundo, luego pensé: ella se lo pierde, no es cierto, no soy tan arrogante, pero me despreocupé y seguí disfrutando el show.

La pastorela estuvo de antología, el bebé (que tiene un año), lloraba y lloraba, la patoja que hacía de María no podía calmarlo, José parecía angustiado, los trajes de los reyes magos eran vestidos de noche femeninos, salidos de alguna paca, cubiertos con capas que parecían faldas largas, de satén y terciopelo negro.

Cuando el Jonás comenzó la prédica (la cosa duraba hasta medianoche) mejor me salí. Me fui caminando a la casa, fumándome un cigarro, Marina (quien no se llama así, disculpen la necedad) venía de regreso, había llevado al nieto a su casa, ella volvía por la hija, pues se había quedado a esperar al novio, él canta en el grupo de alabanza.

Al estar cerca, bajó la cabeza, y en voz baja dijo: Feliz Navidad Johan. Supongo que esperaba una disculpa por publicar su vida en el blog, no lo hice; en realidad no creo haber violado alguna regla, pero bueno, la saludé, nos dimos el abrazo y seguí para la casa. Tres pasos adelante giré la cabeza, casualmente ella también lo hizo, fue entonces que dijo: gracias por el libro, está muy interesante, tal vez un día de estos lo discutimos.

Recordé que le había regalado una versión bastante buena de Las mil y una noches, los cuentos tal como son, eróticos, me lo encontré en una librería de viejo.

Salú pue.