viernes, 28 de marzo de 2008

Sitiados

—¿Qué estás viendo vos Adán?

—La Wikipedia, vos Johan Masada no fue rescatada, vení a ver, aquí dice que todos los cerotes que se refugiaban en la fortaleza terminaron matándose entre sí, que eligieron a un grupo para que matara a los demás, sólo para no dejar que los romanos se dieran gusto con ellos.

—¿Cerotes?, Zelotes se llamaban esos cerotes

—Entonces, si sabés la historia ¿para qué hablás pajas?

—Tenés razón, era para establecer el parangón, aunque al final es igual, ahora ya pasó la semana santa, pero el centro sigue sitiado.

—Puta, ¿cómo así?

—Lo mismo de siempre, tráfico, vendedores, indigentes, ladrones, diputados, accidentes...

—Ah, bueno, ya me habías asustado.

—Vos Beto ¿que pensás mano?

—Pues yo digo que si vos, porque las procesiones ya terminaron y nosotros seguimos en Masada...

—Si vos Beto, fijate que mi hija mayor, la que vive en Londres, se la pasa diciéndome ¿qué hacés en un país tercermundista?, según ella uno no emigra al sur, lo hace al norte, siempre al norte o lo que representa ese norte: abundancia y trabajo. Pero emigrar al sur tiene sus ventajas, este país es reconocido por su dejadez, aquí las ceibas crecen en las casas abandonadas o semi-abandonadas porque nadie las corta, se hacen "chapuces" de todo, y nada se arregla en definitivo, se deja pasar el tiempo y eso me fascina, pero ¿qué iba yo a hacer en Londres, corriendo de un lado a otro para ganar en productividad?, ¿o en Chicago, dónde mi hijo trabaja de sol a sol como jardinero, para ganar unos cuantos dolarucos?

—Cuidame el changarro vos Johan, ahoritía vengo, solo voy a conseguir una tablita a la carpintería de aquí cerca, fijate que la pata de mi escritorio está algo chenca y necesita una cuñita.

—Ponele un papelito enrollado hombre.

—Nel hombre, ya regreso, esperenme un ratito que está buena la platicada...

—Ya viste pues, si estuvieras en otro país tirarías la silla vieja y te comprarías una nueva o al menos sabrías como componerla.

—¡Claro que sabemos, para chapucear somos buenos, no de eso estamos hablando pues! vos no entendés porque sos extranjero...

—En mis primeros años aquí todos me decían "...pero si usted es guatemalteco, Belice es nuestro", ahora ya no lo hacen y esa es mi otra ventaja: soy extranjero. En este país son tan malinchistas que todo lo que viene de fuera o parece extranjero lo consideran "mejor", ni siquiera para dirigir un equipo de fútbol confían en su gente, viene alguien de otro país y es aclamado como el salvador, aun si viene del país vecino que está igual de arruinado. Eso ha permitido que a mi, como "extranjero", me den color de bueno, cabrón y conocedor; o sea, se es extranjero o se finge, como esos comentaristas de fútbol que imitan el acento argentino para que los consideren buenos, hasta hay uno que es ciego, increíble, antes comentaba en la radio, ahora también sale en la tele. Pero no me quejo, me conviene, por eso mis talleres siempre se llenan, soy el exilado, el conocedor, el "bueno" pues y así me la puedo pasar bien, entre la desidia y la comodidad de ser tuerto en país de ciegos. Quién lo iba a creer, ahora resulta que mi color es una ventaja, más en estos tiempos cuando un negro puede ser presidente de los Estados Unidos, ni me discriminan, a muchos hasta les da pena mirarme, fingen que me aprecian y se esfuerzan por ser "amables" conmigo para no quedar como racistas.

—Eso no te lo discuto vos, da pena discriminar a un negro, en cambio a nosotros los indios si todos nos ven feo, aunque ahora las cosas van cambiando, desde que nos ponen en las postales, jeje, con decirte que si uno se pone pilas y más siendo poeta, no faltan las invitaciones a visitar otros países.

—Sabés que es lo mejor de todo, el dinero, mis hijos me mandan una remesita mensual que no llega a los quinientos dólares, a veces más a veces menos, pero con el tipo de cambio sirven para mucho en esta ciudad tan barata, todavía con eso que ahora los compran mejor en los bancos que en el mercado negro, entonces hasta más tranquilo cambia uno sus quetzales; eso y lo que gano con los "trámites" y otras cosas pues vivo bien.

—Siguiendo con el sitio, pues sí, no sólo el centro está sitiado vos Johan, mirá esos narcos que se mataron en Zacapa, más los muertos en Villa Nueva, otros en Amatitlán, algunos más en San Pedro Ayampuc, en la zona 7, en la zona 10, y... mejor paro la mano.

—Sin contar que las maras empiezan a buscar como compensar lo que se gastaron en Semana Santa, los invasores de San Miguel Petapa, aquellos que quisieron anexarse a Venezuela, jeje, ahora fueron desalojados; se avecinan manifestaciones, los políticos mueven sus Hummers y camionetas como pesados brontosaurios, nada nuevo bajo el sol. Yo aquí me quedo vos, esperando el suicidio del último guatemalteco.

—Ya vine muchá, ¿quién se va a suicidar?

—Nadie hombre, el Johan y sus pajas, si nosotros no somos tan depresivos, pero a como van las cosas los mareros terminarán pensando que ellos son los elegidos para acabar con el resto.

viernes, 21 de marzo de 2008

Viernes Santo

El Centro histórico en semana santa me hace recordar Masada*, y no por las películas de romanos que pasan en la tele en esas fechas. Dejen que me explique, Masada fue una fortaleza judía, construida en lo alto de un monte, que fue sitiada por muchos meses hasta que lograron rescatarla. Estar en mi apartamentito, que queda entre la Recolección y la Merced, se asemeja a ese eterno sitio, especialmente el viernes santo.

Durante la semana santa el centro gira en torno a las procesiones. Desde el miércoles de ceniza las marchas fúnebres se convierten en el sonido ambiental, se pueden escuchar de la primera hasta la veinte calle, en realidad son tan molestas como las manifestaciones de los maestros. Los que no profesamos filiaciones religiosas somos mal vistos por considerar un ritual ridículo las enormes procesiones, pero eso es harina de otro costal.

El Adán dijo que a él le pela la semana santa, pero que admira ese fervor que la gente manifiesta, que es algo que va más allá de la religión, que es un gran festival, que otros países tienen carnavales y nosotros tenemos procesiones, y que iba a abrir el negocio normalmente; en realidad no es tan normal, pues su localito oscuro apenas alcanza para cubrir la demanda: en la fila de la puerta hay un par de “gringos mochileros”, bueno, no sé si son gringos, resulta que aquí en Guatemala es común que a cualquier extranjero que sea canche y de ojos claros se le diga gringo, sin importar que venga de Europa o Sudamérica; también hay una turba de adolescentes, algunos con cara de “trasheros”, vestidos de negro impecable, y un par de “hippies” de mediana edad, de esos que andan con caites y pantaloneta; todos venimos huyendo del calor y de las procesiones que se han tomado las calles desde las 5 de la mañana.

La gente asume con tanta seriedad el sacrificio que hasta dan lástima, ayer, luego de cenar, me encontré con Jonás que iba con su mara, se me pegó y nos fuimos a tomar, él, una Pepsi (como dice que es cristiano renacido) y yo un par de chelas, a una cantinita que administra la Normita, una de mis amigas, y el lugar parecía palo de Jacaranda de tanta túnica morada.

Hoy la mayoría anda de negro, pero ayer había que ver la sed que produce la cargada, y yo creo que la Normita se acabó la cerveza que tenía en la bodega, porque como a la una de la mañana apareció un camión de la cervecería (y yo que pensaba que no atendían al cliente), no sé porque pero me acordé de cuando estrenaron 4 grados y una doñita que tiene una su cantinucha, al final de la calle, se quedó sin cerveza de todo el maral que llegó.

Pero ya me salí de la historia, el caso es que hoy es sitio completo, si yo no salgo de la casa temprano ya me jodí, porque si no es alfombra es procesión y hay que hacerse los quites de la gente que se amontona en la puerta, todos los años la vecina de enfrente me invita a que me una a los constructores de alfombras y siempre declino el ofrecimiento, hoy hacen casi tres, porque las deshace la gente y la vuelven a armar.

Así que aquí estoy, intentando explicar lo que significa pasar esta semana entre marchas fúnebres, bolos en túnica, hordas de soldados romanos que con una escoba en la cabeza y caites forrados de papel dorado corren por la ciudad y sobre todo: el color de palo de Jacaranda de las cantinas que se llenan de ebrios santificados.

Salú pue.

* Ver siguiente post.

viernes, 14 de marzo de 2008

Viernes de dolores



Recuerdo el año que vine Guatemala, fue para semana santa. Si me pongo a recordar podría decir que esto lo escribo: A los treinta y cinco años que vine a este país y me sorprendió la sensación de alegría que se percibía en las procesiones, contrastado con la ropa de duelo, las caras adustas y tristes de los cargadores que evidenciaban un dolor poco conocido —el dolor del penitente—, tan cercano al éxtasis de Santa Teresa. A los treinta y cuatro años que tuve una sorpresa mayúscula, cuando observé, de lejos, la huelga de Dolores; me pareció que era una protesta que hacían los jóvenes que el siguiente viernes estarían cargando y adorando a la muerte por voluntad de sus padres. A los treinta y tres años que cometí uno de los errores más grandes en todos los años que llevo viviendo aquí, al pararme en la esquina del Portal —obviamente destacaba entre la multitud, mi color y mi estatura no son lo que se dice chapines—, el desfile lucía pobre, las carrozas a medio terminar y la gente disfrazada, muchos con trajes de odalisca y falsas tetas, debajo de los bikinis flojos y las piernas velludas, en realidad era nauseabundo. Alguien gritó "allí está Pelé", al instante me rodeó un grupo de chavitos que bailaban y me hacían bullas, otro consiguió una pelota, que terminó de poner el clavo en mi humillación, yo no sé nada de fútbol, así que la pelota no tardó en caer al suelo y perderse por la calle, en medio de la rechifla del grupo. Un muchacho que veía la confusión se armó de valor y gritó la frase más repetida por los reyes feos universitarios: "M aquí", su voz diluyó al grupo que me rodeaba. A los treinta y dos años que tengo de estar evitando el mentado desfile, me asusta la posibilidad de ser objeto de una burla similar. A los veinticinco años que ingresé a la universidad de San Carlos con cédula de vecindad falsa y aún así me mantuve al margen de la huelga. A los veinte años que Vinicio Cerezo llevó al balcón presidencial a no sé que presidente latinoamericano, para mostrarle uno de los eventos más bizarros —en el preciso sentido de la palabra— de la cultura guatemalteca y que yo no pasé de ver el resumen en la televisión. A los doce años que alguien me invitó a participar en una comparsa y pude demostrar mis habilidades en el baile y la percusión. La oportunidad de redescubrir a una de las tradiciones que más me intrigaban pudo más que el miedo a la burla, los muchachos ayudaron a que no me viera mal, se pintaron la cara como mimos, se pusieron traje negro y guantes blancos, al ritmo de tambores, nos hicimos seis horas desde el paraninfo hasta el parque central. Esa vez no hubo burlas, nos divertimos sacando al diablo del cuerpo, ya se sabe que el estudiante necesita más circo, más pan y menos penitencia; además de litros de agua y cerveza; al final, los zapatos gastados atestiguaron el sacrificio, pero a mi edad creo que di una cátedra de baile a los tiesos guatemaltecos. A los diez años que monté el primer taller literario en este país y a la fecha algunos de los patojos que asistieron ya son considerados escritores posmodernos y revolucionarios de las letras nacionales. A los ocho años que Beto Cabal y Adan Neil empezaron a recorrer el mundo pidiendo "jalón" en carreteras, aeropuertos, organizaciones no gubernamentales, pidiendo prestado a los cuates, debiendo a las tarjetas de crédito, muy lindos ellos, con morral al hombro, haciéndose pasar por indígena y garífuna respectivamente. A los cinco años que Jonás Ungido dejó de ser pescador de hombres y abrazó la literatura. A los dos años que todos los egresados del taller se organizaron para publicar sus primeros libros. Al año que se pusieron necios con que hiciéramos un blog, que los cuentos pajeros merecían ser conocidos. A los casi cinco meses que me convencieron y finalmente subieron los cuentos pajeros a la red. A los tres meses de que el blog ha sido plagiado, imitado, suplantado, por uno que otro ninguneado, por algunos elogiado, por la prensa escrita publicado, por los posliteratos destazado, en las facultades de literatura analizado, por la Real Academia de la Lengua ignorado, por un resto de mara leído.

Hoy el Adán me pidió que le cuidara el changarro mientras él va, por ratos, a la sexta, a ver la huelga, supongo que le gustaría participar. Nunca le he contado que participé alguna vez, pienso que no me creería. Ahora la cosa es distinta, hasta blog tienen ya, ésta foto que ven aquí la bajé del sitio de la huelga.

viernes, 7 de marzo de 2008

¿Vale la pena mi vida?

El comentario es válido, cada uno de nosotros debe hacerse la pregunta ¿vale la pena mi vida? Y en todo caso ¿vale la pena contásela a alguien más? Es ahí donde la autobiografía se detiene, ¿lo hago o no lo hago?, ¿me meto o no me meto?, ¿to be, or not to be? that is the question. ¿Alguien me leerá? Confieso que es algo raro, tal vez algo esquizoide, pensar en los posibles lectores, en lo que puedan pensar, los juicios que me puedan hacer.

Con los cuentos pajeros no tuve ese problema, como no todos son míos, la mara del taller literario le entra, algunos prometen, que vayan a cumplir es otra cosa: ahí tienen al Adán con sus poemas y poemillas, el Beto sólo necesita algún apoyo literario, Jonás que insiste en meter a la Biblia en sus cuentos y todos los demás que ustedes han leído. Pero Johan, yo mismo, me resisto a publicar con mi nombre. Les diré que alguna vez lo hice con un seudónimo, en ese mismo blog, no les voy a decir cual es, pero no funcionó. Ahora intento hablar con mi propia voz y viene alguien a preguntar ¿vale la pena tu vida?. Entonces me pongo a darle vuelta a las anécdotas ¿cuáles les puedo contar?, ¿cuáles les pueden interesar?, ¿cuáles son válidas?, ¿cuáles no?

Así aparece la lista de las posibles cosas que quiero escribir, cosas triviales, ¿quizá?, como lo que me sucedió el otro día cuando estaba pensando que hay una frontera invisible para los habitantes de esta ciudad. Quienes viven en las zonas altas no van a la zona 1, ni a la 3, la 5, la 6, la 7, la 8 y mejor no sigo pues es casi toda la ciudad. Para ellos, la zona 1 es como la Patagonia, saben que existe pero no la conocen. No sé por qué le dicen zona alta a los barrancos de la zona 14. Por ser zonaunero tengo el privilegio de poder ir a todas partes, hasta donde el color me lo permite. El mío y el de mi billete.

Aquí en Guatemala no hay discriminación, me explicaba un estudiante de una universidad privada que hablaba conmigo para demostrármelo. No sé todavía por qué salió el tema a conversación. Pero mejor les cuento todo lo que me pasó. Aprovechando que era viernes y habían pagado, me fui a 4 grados. Estaba sentado en Paninos o Paninaro, ¿cómo se llama?, bueno, es ese lugarcito chilero en el que es posible ver, casi todos los días, a un grupo de pintores tomándose un café, pues ahí estaba yo, echándome una mi chela y ese patojo que les cuento me habló y se sentó, me explicó que llevaba media hora de estar esperando a sus cuates y no llegaban. Pidió una cerveza y se acomodó, de pronto empezó a hablarme de la discriminación, ¿no sé por qué? ¿habrá sido por mi color, acaso?, se puso a explicarme las razones de su desacuerdo hacia ello. Básicamente, estoy en contra por justicia —me dijo enfáticamente—. No es justo que los pobres negros allá en Manhattan sean discriminados. Aquí en Guatemala no tenemos ese problema, mire nosotros, tomándonos un par de cervezas sin problema. Yo aprendí en mi casa que hay que tenerles paciencia a los pobres indios y a ustedes los negros de Livinsgton (soy de Belice, pensé sin cambiar la expresión de mi rostro), pues no tienen la culpa de serlo. ¿Qué idioma es el que hablan allá? Se parece al zancudo… ¿cómo es? ¡Ah sí! Miskito. Allá en mi "U" topan indios, usté, y uno tiene que trabajar con ellos porque los profes lo ven mal si uno no les habla; eso es igualdad. Me mareaba su perorata, yo solo quería tomar mi chelita, en paz. De pronto, sacó un billete de veinte, lo dejó sobre la mesa y se despidió, felicitándome por lo bien que hablaba el español. Sus amigos acababan de cruzar la esquina, venían caminando hacia nosotros. Los saludó de abrazo, todos canchitos, como él. Al pasar frente a mi mesa no volteó a saludarme.

Vuelvo al inicio, ¿vale la pena contarles este tipo de anécdota?, ¿quién sabe?, lo cierto es que uno no puede ir por la vida sólo de observador, la realidad te golpea, creo que ya me estoy pasando de chelas; la culpa la tiene el Adán, porque tiene una de esas cámaras que dicen cerveza bajo cero, además me da fiado, entonces hay días que sólo agarro, pero luego pierdo la cuenta. Insisto, la realidad te golpea, golpea a todo mundo, a unos les toca ver como su pequeña hija es operada en la pierna que no era, a otros les toca quedarse huérfanos, ver como sus familiares se mueren en un accidente del transporte colectivo, que puede uno decirle a esa gente, ahí no hay ironía que valga, a esa gente le pela si el gobierno sobre-valoró el aeropuerto, si Venezuela se va a la guerra, si Bush sigue invadiendo países, si a los escritores no los lee nadie, si tal o cual crítico mesiánico descalifica a los demás; entonces, ¿vale la pena?; creo que si, además me quiero aferrar a otras ideas, me pongo a pensar en que alguien me lee en Antofagasta, imagínense, la palabra me recuerda algo que yo no entiendo, Antofagasta, suena como algo que se atraganta, algo que cuesta digerir, porque ¿cómo puedo imaginarme el frío?, un frío que no he sentido nunca en la vida y que debe estar cercano a la inercia o la muerte. Saber que alguien vive allí, se toma el tiempo para entrar en el blog y leerme, asusta, de verdad. ¿Cómo medir el alcance de mis palabras? Claro que yo mismo me doy paja, porque nada me garantiza que la persona de Antofagasta me lea. Navegué en intenet buscando fotos de aquel lugar, algo tangible que me dijera cómo es la región, si de verdad es tan inhóspita, de inmediato advertí la ridiculez de mi búsqueda, si alguien vive en Antofagasta y usa la computadora, es porque se puede vivir. Al final me quedé pensando que esa persona quizá no ha comido los cientos de mangos que yo he ingerido en toda mi vida, ella o él tal vez se pregunte si nosotros comemos bananas o si nos crece hierba en los brazos, de tanta humedad, tal vez hasta piense lo mismo, cómo hago yo para estar escribiendo en una región tan alejada, entonces me sigue atormentando su sola existencia. La de todos ustedes.