A pesar de mi timidez les he contado algunas cosas que pasan al terreno íntimo, recuerdan el episodio de Marina (quien no se llama así); además por ahí he mencionado a mis dos hijos, ellos viven en el extranjero y la única comunicación que tenemos es vía Skype y correo electrónico. Aparte de eso muy poco, pero no se hagan ilusiones, así seguirá este rollo, la timidez no se quita de un día para otro.
Hace unos días me topé con Marina (ese no es su nombre, pero así le decimos aquí entre nos), la iba a saludar, ya saben, iluso que es uno, creyendo que se pueden mantener relaciones amistosas con las ex, pero se hizo la loca y se cruzó la calle. Me quedé un poco contrariado porque quería platicar con ella. La verdad, así sin pajas, es que estaba buscando alguien con quien platicar, sin importar quien, era uno de aquellos días en los que la soledad ataca, pero se pasa rápido.
Seguí caminando y llegué a La casa de los nazarenos, ese cafecito que está enfrentito del Conservatorio nacional de música. Entré, pedí una mi tacita de café, saqué un mi librito, me acomodé, adopté mi pose antropológica, pero como no había nadie me puse a cazar moscas con la vista; nada que con la mano, como Obama; o con palillos chinos, como el Karate Kid; yo con la pura vista, así miren, así.
Unos minutos habían pasado cuando entró una pareja, bien chavitos ellos, parecían estar peleando, digo yo, porque la gente no se habla gritando. Se sentaron uno frente al otro, ahí fue cuando confirmé que estaban peleando, pues aunque no los conozco, es casi seguro que de estar contentos se hubieran sentado a la par. Cuando uno es patojo aprovecha cualquier lugar para apechugar a la novia.
La niña tenía los ojos rojos, su compañero miraba al horizonte, ella rogaba, él se dejaba rogar, pura escena de telenovela mexicana parecía. Pidieron un café y siguieron con la pelea, así pasaron algunos minutos. Finalmente ella sacó un peluche de su mochila (al mismo tiempo salieron volando unos cuadernos), le arrancó la cabeza, tiró una parte al suelo y la otra a la cara del patojo (pero no le acertó), se dio la vuelta y se fue; el chavito se quedó con cara de tonto; yo que soy muy observador me di cuenta que esa cara ya la llevaba cuando entró, o sea que no fue por el clavo que se le puso así.
Entonces, de golpe, me acordé de una novia que tuve, hace muchísimos años, era una muchacha bonita, aunque nada excepcional; me gustaba cuando se me quedaba viendo, como dicen los mexicanos, con ojos de borrego a medio morir. Era bien linda, se esforzaba mucho, me escribía largas cartas de amor, y también poemas, decían más o menos así: pero me acuerdo de ti y se me desgarra el alma; n’ombre esa es la letra de una canción. Lo que les quiero decir es que se plagiaba canciones y poemas, luego me los dedicaba; se daba a querer.
La relación no duró mucho, porque de una carta a la semana, pasó a una diaria y después a dos o tres. Ahora agradezco que no haya sido en estos tiempos de Internet, correo electrónico y blogs, porque me los llenaría en un decir Jesús. El asunto es que se convirtió en una Fatal atraction (no me vayan a decir que no se acuerdan de la mentada película), afortunadamente yo no tenía conejos que me pudiera poner a hervir. Me libré de ella más fácil de lo que imaginé: me cambié de casa y no le di mi nueva dirección.
Ahora que lo pienso, hay muchas parejas que se convierten en fatal atraction. Cuando uno llega a sentirlo han acaparado todos los espacios, se hacen omnipresentes (pero no porque sólo quieran mantenerse en el Omni), cuando uno no está llaman, y si no se les da aviso cuando se sale se ponen agresivas y terminan llorando, bien manipuladoras. Lo peor es que como cuesta librarse de ellas.
Yo creo que no sólo las mujeres se transforman en atracciones fatales, también deben existir hombres que lo hacen, pero eso que lo cuenten las estimadas maestras que tengan a bien leer esta notita.
Salú pue.
El tambo — Capítulo 4
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—Joven, hágame el favor, por vida suya, ayúdeme a subir el tambo por la
puerta de atrás.
Un poco de esfuerzo y el tambo quedó acomodado. El brocha apurab...
Hace 10 años