viernes, 20 de febrero de 2009

El profe Dennis

Me lo presentó la comadre, de inmediato nos llevamos bien, es muy leído el profe, autodidacta él, no se hace bolas, venera por igual a Borges y a Cortazar; pero la falta de pisto, como dice él, no le ha permitido leer a varios escritores modernos; le entra a todo, no se queja del Harry Potter, que leyó porque una alumna de básicos le prestó toda la colección; dice que es una historia bien bonita, que esa autora de plano se leyó a Tolkien y todo lo relacionado con las mitologías escandinava y anglo-sajona. Como es popular en el instituto, para su cumpleaños los patojos le regalan libros, bien amables ellos, siempre tratan de obsequiarle éxitos del momento; el año pasado, entre todos, le dieron la colección completa de Paulo Coelho; su opinión es que los libros tienen bonita portada, pero que al pelón ese no le va vestirse de negro. A los autores nacionales dice que no los ha leído, porque en tiempos de crisis hay que ser selectivo, además los libros ni llegan por allá.

El nombre Dennis evidencia su origen zacapaneco, aunque su acento remite a la vieja España; fue criado por la abuela, ella era vasca, pero se enamoró de un campesino y de las montañas, nunca volvió a la península; por eso sus padres la desheredaron. Así que el profe tampoco tuvo herencia, mucho retos si, sobre todo inteligencia, la suficiente para convertirse en maestro y erudito.

Mientras nos echábamos las cervezas, en la casa de la comadre, me contó de su viaje. Resulta que hace cinco años ganó un certamen de ensayo, organizado por una entidad venezolana, entonces lo invitaron para que fuera a recibir el premio. Imagínese Johan, dijo (no tutea, como buen patojo de pueblo, que respeta a sus mayores, él tendrá unos cuarenta y cinco años), yo parado ahí, en el Teresa Carreño, recibiendo el galardón, me sentía chiquitío, hasta se me salieron las lágrimas, pero que le digo a usted, si debe estar acostumbrado a esas ceremonias.

Me puse a pensar que la comadre había exagerado un poquitío cuando le habló de mi, por lo tanto le seguí el juego, total soy un pajero, además no quise desanimarlo, él creía que yo había ganado varios premios, quizá después alardearía de conocerme; inteligente si, pero también ingenuo el profe Dennis; si supiera que nunca he ganado ni un pequeño certamen de pueblo.

Después de unas cuantas chelitas, sacó de su maletín un libro, era la versión editada en Venezuela del ensayo ganador; como yo no tengo libros, para devolverle la cortesía le apunté en un papel la dirección del blog de cuentos pajeros.

El profe dio muestras de ser buen bebedor, en lo que yo me tomaba una, el iba con dos, y así sucesivamente; pero no perdía la compostura, ni cambiaba el carácter dicharachero y bromista. Aquí no me toman en serio Johan, dijo, mientras se inclinaba sobre la mesa, una vez me preguntaron, ahora que ya ganaste el ensayo, ¿cuándo te echás el de a deveras?” Chistes viejos por aquí, otros nuevos por allá, las horas de conversación se alargaban; medio pasado de cervezas prometí que leería su ensayo.

Como aquella pasamos varias tardes, demostró genuino interés en que los patojos se acerquen a la lectura, se quejaba de la falta de libros, del deterioro de la biblioteca, pues de los más de mil volúmenes originales ya solo quedaban unos doscientos, porque con el tiempo se los habían ido robando, que en un tiempo pedía donaciones, pero ahora ya ni eso, porque nadie tenía pisto. De todas formas, necio que es uno, planificamos iniciar un taller de poesía.

Llegado el momento de regresar a la capital, pasó a despedirse y me entregó el manuscrito de su novela. Púchica profe, también le entra a la novela, atiné a decirle.

Terminé de leer los libros del profe Dennis hace un par de días, me sorprendí dos veces. El ensayo está bien investigado, es ambicioso; analiza la herencia vasca obtenida de su abuela, haciendo contraste con la identidad chapina, concluye que no existe tal cosa; tiene la ventaja ser un texto que deja de lado el enfoque académico, acartonado, para ir en búsqueda de voz propia, es lectura agradable, a pesar de tener rescoldos barrocos, algo preciosista.

La novela es mejor, es de aquellas que cuando se leen termina uno diciendo, me hubiera gustado escribirla. La trama tiene elementos de magia, pero no es Asturias, quizá suene pretencioso, pero es una especie de reinvención, es fresca, debería publicarse.

Pensé en la autenticidad del profe, escribe porque tiene necesidad de hacerlo; perdido allá en su monte, le pela si lo publican o no, ni siquiera se molesta en buscar editores, recordé lo que dijo al respecto: para publicar en este paisito hay que besar algunos fondillos, eso no va conmigo; queda la opción de poner uno el pisto, con cinco mil quetzales sale regular la edición, luego hay que subirse a los buses y tratar de vender el libro, no vale la pena, igual escribo porque hay cosas que no puedo tener adentro.

Buena onda el profe, humilde, con su premio ganado en la república bolivariana de Venezuela, y su buena novela, él ocupa su tiempo pensando en como hacer para que treinta adolescentes campesinos se interesen por leer, al menos la infaltable María, de Jorge Isaacs.

Salú pue.

viernes, 6 de febrero de 2009

Yo bucólico

Me encanta la ciudad, no solo en Guatemala, también las que he podido conocer en otros países. En medio del caos surge algo de encanto, de mágico, no se me ocurren otras palabras para describirlo, me declaro un ser urbano (pero no ese Urbano Madel, el que escribe horóscopos); por eso me resisto a caminar lejos del centro histórico, y mucho más a salir de la ciudad; sin embargo, hay invitaciones que no se pueden resistir, menos cuando la comadre, la única que tengo, se pone necia y casi me lleva arrastrado para su casa del interior.

Hace unos días llegó a mi casa, venía con el marido y su hijo, tenía ratos de no verlos, el muchacho se puso enorme. Después de largas negociaciones me subieron al carro y partimos para Jalapa; o sea que tuve que abandonar la ciudad, pero ya regresé.

Llegué a la casa, nada ha cambiado, todo igualito, pero lleno de polvo. El único que me extraño fue el Adán, quería que le prestara unos libros, vos patojo tomás mucha Incaparina, ¿verdad?, le dije, porque sos fuerte, ni me has devuelto los que te llevaste desde el año pasado, así que no hubo más libros para él.

El viaje a provincia duró varias horas, pues decidimos tomar el camino más largo, con la idea de ver el paisaje. Salir poco ayuda a conservar la capacidad de asombro, por eso me pareció impresionante la cumbre de Miramundo; paramos un rato, para observar y estirar las piernas, en eso me dice el muchacho (por cierto, él no es mi ahijado, soy el padrino de la hija, ella se casó hace un tiempo): y’diai Johan, no trajiste la cámara ¿no?, yo que creí questos paisajes te serviríyan pa´tu blog; no, le dije, puso cara de asombro, al tiempo que sacaba el celular y decía: yo si voy a tomar unas, pa’mi blog; enfocó y cuando iba a disparar solo se oyó: ijuela, ya se chingo esta mierda. Suele pasar, pensé, si alguien de doscientas ochenta libras lleva en la bolsa de atrás del pantalón, durante tres horas, un pequeño aparato.

En mi memoria (como no se pudo en la del aparatito) quedó aquel atardecer, entre pinos, desde la montaña, con todos los valles abajo, aire fresco y colores intensos.

Ya instalado en casa de la comadre me quedé más tiempo del previsto, pero lo disfruté. Paseamos por un par de pueblecitos, fabricados de caña brava y lodo, me hicieron pensar que en cualquier momento aparecería Aureliano Buendía, Remedios la bella o el famoso coronel que no tiene quien le escriba (es una pequeña concesión que hago para los amigos colombianos, que amablemente visitan mi blog, no piensen que estoy plagiando, bien pude haber mencionado cualquier personaje de Asturias); los paseos vespertinos incluían caminatas por las calles del centro del pueblo, llenas de polvo; había un kiosko enorme, los domingos ponen marimba, a veces música de banda.

Es curioso darse cuenta que los fríjoles caldosos, con tortillas de maíz amarillo, queso fresco recién prensado y, de tomar, leche espumosa, tienen otro sabor, el meritito sabor podría decir. Sucede que en la ciudad es difícil encontrar comida con tal frescura, por eso los sabores originales se van olvidando.

Volví ayer, quizá me vaya de nuevo, en unos días, pero por trabajo, resulta que hice contactos con un maestro divertidísimo, con acento casi español, hijo de inmigrantes vascos, de los que huyeron de la guerra civil, para dar un taller de literatura en un instituto público de por allá, resulta que este año pusieron el bachillerato. Me pareció raro encontrar en la entrada de la casa una veladora encendida, pero luego caí en la cuenta que el terremoto de 1,976 fue por estos días. Según se dice, en esta casa murió un niño ese día.

Dormí como doce horas, luego salí a dar una vuelta, a respirar el aire del centro, a sentir los olores que nunca se olvidan. Contaminado, de nuevo, me dirigí al internet del Adán, me dijo lo de los libros, le eché vicks, como les conté arriba y me dispuse a contarles mi viaje.

Salú pue.