jueves, 22 de julio de 2010

No iba para la feria, pero fui y, de nuevo, no me gustó; pero fui testigo del exabrupto de una diva

La feria del libro, la FILGUA, los puestos de venta de libros que ponen en el Parque de la Industria; las áreas que preparan para que poetas, poetos, escritoras y escritores echen el párrafo y la lectura; todo eso podría ser bien bonito, bien lindo, bien chilero pues; aunque quizá lo es, de repente lo que sucede es que, finalmente, la vejez ha hecho que pierda el gusto por las cosas que antes me gustaban, como diría Cantinflas. El caso es que esta vez, otra vez, dije que no iría a la feria, porque no estaba interesado en ir a ver más de lo mismo: libros caros y malos, lecturas repetidas, con la misma gente de siempre digo; y ¿saben qué?, si fui.

Venía del Trébol, en una camioneta de las que antes de llegar a la zona 1 pasan por la terminal. Cuando agarró la avenida La castellana reparé en que por ahí queda el Parque de la Industria, entonces me acordé de la feria; lo único que tenía que hacer era bajarme del bus, caminar una cuadra, pagar mis Q5.00 de la entrada y estaría en la feria del libro; entonces así lo hice; al rato ya andaba dando vueltas entre los puestos.

Por ahí me encontré con un cuatacho, aquel es buena onda, y muy famoso, por lo que todo mundo llega a saludarlo; además es muy políticamente correcto y tolerante, hace bien, pero eso mismo no le permite decir no cuando lo invitan a cualquier actividad, de ahí que me invitó a que lo acompañara a una lectura de poesía, a la que él había sido invitado minutos antes.

Entramos a un saloncito, ahí estaban unas poetas, cuatro eran ellas, sentadas en unos taburetes, descalzas, habían puesto unos petates para que quien quisiera se sentara cerca de ellas, y los que no, se podían sentar atrasito, siempre en el suelo. Se pusieron a leer su poesía, en turnos, sus textos eran alusivos a los cuatro elementos, así dijeron, bien lindas ellas. Escuché durante unos minutos, luego decidí que era suficiente, no quise seguir escuchando mala poesía leída por mujeres feas; no es cierto, hubiera querido elaborar esa frase, pero la poesía no era mala y ellas eran bonitas. Me salí de la lectura, mi cuate se quedó, él es un tipo muy considerado.

Me puse a husmear entre los stands, muchos libros, poca literatura, lo primero que uno se encuentra es el puesto en el que venden los libros en miniatura, como dice una mi amiga, bien guapa ella: los libros más pequeños del mundo son un éxito en Guatemala, una metáfora del tamaño de nuestra esperanza de salir del neolítico. Yo agregaría, que están justo al tamaño de nuestra cultura, me incluyo.

Me llamó la atención un cajero automático, me acerqué a verlo y ¿saben qué?, estaba abierto, o sea, el compartimiento en el que meten los billetes en cajitas, estaba abierto, como que lo habían forzado, la mara no le atina, se bailaron el dinero del cajero en plena feria del libro.

Más adelante encontré otros saloncitos, en el primero estaban haciendo la presentación de un libro. Un tipo estaba entrevistando a la autora, su técnica era bien chilera, denotaba una preparación tremenda, leía un párrafo del libro y la última frase la pronunciaba en forma de pregunta; la escritora se le quedaba viendo, al principio, y respondía con monosílabos; dos o tres preguntas después sucedió algo raro. Resulta que el tipo seguía preguntando, pero ella ya no respondió, ni siquiera volteaba a mirarlo, se quedó como indignada, fue una cosa muy extraña, ella parecía ofendida; entonces el entrevistador se puso a responder él mismo las preguntas, la autora no hace comentarios, decía. Fue muy extraño aquello, el entrevistador se esforzó por seguir con la entrevista, fue tolerante con la autora, pero tuvo que dar por terminado aquel acto infame ante la negativa de ella a responder.

Fue muy ridículo. No sé si es que ella trató de hacer quedar mal al entrevistador, como diciendo, no vale la pena que responda preguntas estúpidas; pero para mí que ella fue la quedó mal; a la gente no le gustó y varios se levantaron y se fueron, en ese momento ella retomó la compostura y se decidió a hablar; pero mejor se hubiera quedado callada. No conozco a la escritora, ni me preocupé por preguntar quién era, pero me parece que era una diva de las letras.

Di un par de vueltas más, por ahí me encontré a la famosa espía rusa Mayakuska, conversamos un rato y después nos despedimos; el cuatacho del principio apareció por ahí, luego volvió a desaparecer, también Mayakuska desapareció, sin sentirlo me quedé solo y mejor me fui.

La feria es lo mismo de siempre, otra vez me quedé sin ganas de volver, lo único bueno fue que compré una mi libra de café artesanal, que un poeta estaba vendiendo, él tiene un su stand en la feria, y entre piedras, revistas y libros, también vende café que él cultiva y muele en forma artesanal.

Salú pue.