viernes, 26 de junio de 2009

Nunca quise bailar como Michael Jackson

Anoche que regresé a mi casa no era tan tarde, quizá las ocho, el ambiente estaba húmedo, porque recién había terminado de llover. No soy tan despistado, pero muchas veces me entero tarde de las noticias, por eso me causó sorpresa encontrar al Jonás, estaba sentado en la banqueta, tenía un six pack en una mano y un cigarro en la otra, a la par estaba su mochila.

De golpe recordé, según él mismo me contó, que la última vez que se emborrachó fue el 31 de diciembre de 1999; pensó que sería el fin del mundo y se le hizo feo eso de irse sin haber bebido; ese día se puso la única papalina de toda su vida.

No fue el fin del mundo, el Jonás dio gracias a su dios y terminó convirtiéndose en pastor, predicador y dueño de una iglesia en el centro.

Como me di cuenta que el six pack estaba intacto, claro que él ya llevaba puestas algunas chelitas entre pecho y espalda, entonces lo hice pasar; se sentó en mi sillón, luego de mover todo lo que hacía estorbo, y se puso a llorar: se murió vos, nada será lo mismo sin él.

Pasé un par de minutos intentando descifrar lo que decía; él lloraba, gemía, se retorcía en el sillón y repetía: se murió vos. A todo eso ya había destapado una cerveza, entre lloriqueo y lloriqueo le daba un sorbo. Me senté a verlo, agarré una chela para mí, esperé a que se calmara, pero nada; entonces le dije, como queriendo suavizar la situación: se murió, pero resucitó al tercer día vos.

En ese momento tocaron la puerta, era el Adán: vos Johan, se murió Michael Jackson; entoncés el Jonás gritó algo que sonó a ¡uuh! y se levantó a caminar para atrás, arrastrando los zapatos; dio una serie de giros, se encuclilló, guardando el equilibrio, se volvió a parar, finalmente se sentó y siguió llorando.

El resto de la noche estuvimos oyendo Thriller, el Jonás lo llevaba en su mochila, era de aquellos discos de acetato, una joyita, de colección. El Jonás bailaba y el Adán se reía, cosas de borrachos pensé.

Cuando llegó la madrugada el Jonás se quedó dormido, el Adán se recostó en el suelo, yo me metí a la cama. Por la mañana, ya más relajado, aunque de goma, el Jonás me relató su obsesión con el Michael, como se aprendió los pasos de Billie Jean (todavía le salen), todo relatado con la voz de un fan que perdona los deslices de su ídolo, aun las acusaciones de pederastia.

El Adán se levantó medio tonto, les serví café, como buen anfitrión que soy; el Jonás completó la historia, contando que incluso tenía en un marco la chumpa roja, igualita a la que el Michael usó en el video de Beat it: Me la mandaron de los USA, Johan, una tía me la compró vos, yo sólo tenía diecinueve años.

No sé por qué asumí que todos los evangélicos, que andan en los cuarenta años, fueron fans de Michael Jackson; quizá porque en los ochentas ese tipo de baile era casi obligatorio; igual que los evangélicos de los cincuentas, ellos fueron fans de Elvis, cuando dejaron de mover la pelvis se fueron con Billy Graham; o los de los setentas que se desencantaron cuando los Beatles dijeron que eran más grandes que Jesucristo.

El Jonás todavía le enseñó al Adán algunos pasos de Thriller, luego se fueron, era temprano, como las siete de la mañana.

Me quedé recogiendo la basura, al rato salí a comprar el periódico, ahí me di cuenta que también había muerto Farrah Fawcett, entonces recordé que de patojo tuve una colección de fotos de ella, lancé un suspiro, pues había sido protagonista de algunos de mis sueños húmedos; hasta estuve saliendo, en aquel entonces, con una mujer que se peinaba igual que ella.

Ironías de la vida, dije en voz alta, quizá el Michael estaba pensando irse de farra, y al final se fue con la Farrah.

Yo nunca quise bailar como Michael Jackson, ni me interesaba mucho, pero se murió; pensaba que era algo que me sería indiferente, pero ya ven, me dieron ganas de compartirles esta anécdota.

Salú pue.

El anterior mensaje es cortesía de: FUNERALES VIVOS RECUERDOS

jueves, 25 de junio de 2009

Temporada de huracanes

La lluvia tardó en llegar, aquí le dicen invierno, pero en realidad se llama época lluviosa. Cuando viene el aguacero hay que prepararse, porque cae agua hasta diez días consecutivos. La cosa se complica, aún más, cuando empieza la temporada de huracanes; aunque no falta aquel que trata de hacerse el chistoso y envía, año con año, la cadenita de emails que dice: Temporada de huracanes, y que aparece la foto del Huracán Ramírez, el famoso luchador mexicano. Eran bien chileras esas películas en blanco y negro; no digamos las del Santo contra las momias de Guanajuato; aunque la lucha libre de ahora también es calidá.

Por de pronto ya estuvo con nosotros el primer huracán, ayer se dejaron sentir las lluvias torrenciales: cayó granizo y no se podía ver a través del agua, que caía en todas direcciones. Andrés se llama, bien puesto el nombre, igualito que el hijo de una vecina, siete años tiene el patojo, pero si le quitan su PSP le da el síndrome de abstinencia y se pone a fastidiar a medio mundo.

La palabra Huracán es netamente maya; si no me creen vayan al Popol Vuh, además tengo un cuate de apellido Juracán, él dice que de ahí se deriva la palabrita, hasta dice que por eso él es muy llorón.

La política también es un huracán: cambia, hunde, modifica, restablece el orden natural, la vida es así, todo se transforma, nada se destruye para siempre; el agua sube al cielo, luego se convierte en lluvia y regresa; los viejos mueren, los jóvenes se reproducen y nacen nuevos seres. Esto lo estoy leyendo en una columna de opinión, no piensen que enloquecí, me doy cuenta que no sólo yo hablo pajas.

La lluvia es chilera, aunque en este país se vuelve un dolor; porque hace que el tráfico sea lento, que la ropa no se seque, que los zapatos se ensucien; tiene sus inconvenientes. Sólo alguien desocupado, como yo, que encima de todo no sale del centro, piensa que el aguacero es bonito; por cierto, siempre me ha parecido que esa palabra está mal construida, ¿a quién se le ocurrió? Agua-cero.

Los dejó aquí, tengo que ir a la ferretería, un par de goteras, que mal reparé el año pasado, se han vuelto a abrir; soy malo para los trabajos manuales, pero le hago la lucha.

Salú pue.

El anterior mensaje fue cortesía de: CAPAS CICLÓN y FERRETERÍA EL GRAN CLAVO

viernes, 19 de junio de 2009

Yo, raro

Muchas veces, sin quererlo, se pasa por malagradecido; sucede que no siempre está uno en sus cinco sentidos, entonces alguien da las gracias, por cualquier cosa, y no se alcanza a decir: para servirle o por nada. Claro que acudir a la excusa de estaba distraído suena a paja; es como el gallo caballeroso que machuca a la gallina y luego le dice: discúlpeme, no la vi.

El tema es que en la blogósfera siempre hay colegas buena onda, que suelen repartir premios a los blogs que les gusta leer. En varias oportunidades he recibido alguno y lo he considerado un gran gesto, aunque nunca he escrito el respectivo post en donde acepto y agradezco la distinción.

No soy malagradecido y confieso que me gusta recibir esos premios; pero soy bastante raro al respecto, y para explicarlo voy a parafrasear a la gran filósofa mexicana: me gusta, pero me asusta (ella lo dijo al revés); lo que pasa es que después uno tiene que seleccionar otros blogs y seguir la cadena; pero como yo me siento incómodo escogiendo a un número reducido, porque me gustan muchos blogs, entonces me asusta pensar que pondré a otros en similar situación; ya sé, están pensando: que pajero, pero en fin, así soy de raro.

Todo este rollo es porque la maestra que escribe las Historias citadinas, un blog bien chilero en el que se cuenta anécdotas simpáticas, que son ilustradas con dibujitos muy originales, me dio un premio; pero a cambio tengo que aceptar en público que soy un tipo raro.

Como hay cosas que son evidentes y para que negarlas, entonces acepto y les cuento que soy un tipo raro; si no me creen allá ustedes, no voy a tratar de convencerlos, eso sí, les voy a contar algunas cosas para darle sustento a mi afirmación.

Vivo en Guatemala desde hace muchos años, eso ya lo he dicho antes, lo traigo a colación porque me sirve para justificar que soy un negro que no sabe bailar (quizá sea el único), siempre me ha dado una pena terrible, porque en las fiestas o discotecas la gente siempre espera ver algo bueno cuando hay una persona de color en la pista; yo lo sufrí durante mucho tiempo, ahora ya no me hago bolas, además bailo marimba y ahí si me defiendo un poco; cosas de viejito.

Tengo varias novelas empezadas; es decir, estoy escribiendo más de una novela a la vez; aparte son las que estoy leyendo; pero creo que no voy a terminar ninguna, pues como cosa rara, siento que si las concluyo luego ya no tendré sobre que escribir; no vayan a decir que eso no es raro.

Mi hijo vive en Estados Unidos y mi hija vive en Londres, ambos han insistido en que me vaya a vivir con ellos, pero no, yo me empeño en seguir viviendo acá; ahí si hago mías las palabras del escritor salvadoreño: en este paisito me tocó y no me corro.

Algo que si es verdaderamente raro, más cuando uno vive en un país como Guatemala, soy puntual, por eso me disgusta la impuntualidad de las personas, para tal cosa no hay excusa que valga, pienso que uno debe tomar las previsiones del caso, porque es muy feo eso de hacer esperar a la gente; en esa línea, no me gusta comer después de las 12m; eso hace que cuando almuerzo con alguien pido que nos veamos a la hora mencionada; lo sé, es algo molesto, porque para la mayoría es muy temprano para almorzar, pero yo soy así y tengo que aguantarme, porque muchas veces ya he comido cuando llega la otra persona.

Cositas así son las que me hacen raro; les digo una última, no me gusta leer un periódico que ya otros han leído, tiene que ser recién comprado.

Ahí la dejo, porque ya se me está haciendo raro todo esto; por otro lado, me estoy dando color, cosa que no me es difícil.

A ver si quieren compartir sus rarezas pue.

Salú pue

lunes, 8 de junio de 2009

Extranjeros de color, gente blanca que se da color, las antiguas religiones, la marea blanca, y la situación que sigue igual.

Eso de ser uno negro en un país de mestizos e indígenas tiene sus cosas simpáticas. Fíjense que hace como un año estaba echándome unas chelitas en aquella famosa cantina del centro histórico, esa en donde se congrega la mara de izquierda, a la que también llegan revolucionarios de pelo blanco y periódicamente es invadida por la cooperación internacional; pues ahí estaba yo sentado, desprevenido, cuando en eso oigo que alguien me grita eh, tú, ¿acaso eres de la isla? De inmediato levanté la mirada y veo ante mí a un moreno que resultó ser cubano. Eso lo supe hasta que me lo dijo, porque antes no pude identificarlo, además estaba un poco desconcertadón, pensando en por qué se dirigía a mí.

Bueno mi negro, volvió a gritar, e que en este paí somo tan pocos que nos deberíamos juntá, por lo meno pa que nos vean, (sí, ya sé, estoy exagerando con el acento, la cosa es que me entiendan). El moreno se sentó conmigo y resulto ser buen conversador, aunque su velocidad y volumen me alteraban; es que, entiéndanme, yo creo que me asemejo más al marido indígena que tuvo mi madre; un hombre callado, reservado y bastante tímido, parece que no viví lo suficiente en el caribe para ponerme a ese nivel de conversación, menos a esa velocidad.

La cosa es que desde ese día me ha invitado algunas veces a su casa y me ha convidado a conocer la gastronomía de la isla; he comido congrí, moros y cristianos (los mismos frijoles con arroz que me daban en la pensión), y cerdo en todas sus variedades. Es que Johan, me dice, tenés que ponerte de nuevo a tono con lo caribeño, ya hasta parecés guatemalteco, todo tímido y apocado. La cosa es que tiene razón; por ejemplo, debo ser de los escasos negros que no pueden bailar ni un solo ritmo.

Todo este rollo viene a cuento porque quiero contarles una anécdota que refleja como cada uno ve lo que quiere ver.

Un sábado, hace como dos semanas, estaba almorzando cuando me llama el moreno (no voy a seguir intentando el acento, porque no se me da mucho eso de imitar a otros): Johan, te cuento que viene un amigo de la isla y le vamos a dar una recepción, venite más noche, yo voy por él al aeropuerto y nos juntamos en mi casa como a las 9pm.

Le dije que no podía, que su casa estaba lejos, que no tenía carro; típica actitud del guatemalteco cuando no quiere hacer algo, entonces dijo: pero hombre, si eso no es problema, paso por vos a las 6pm y nos vamos a traer al amigo y luego para mi casa.

El vuelo llegaba a las 7pm; el moreno pasó más temprano, como a las 4pm, me dijo que tenía que hacer algunas compras antes; así que paré acompañándolo al supermercado, los que considero pequeños infiernos. Cuando íbamos para el Hiper-Paiz pasamos por el puente del Incienso y al ver a los soldados que patrullan el área, esos que pusieron para evitar que la mara ya deje de suicidarse, de sopetón me soltó: eso si que es ridículo, ¿qué le van a decir esos soldados al suicida? Si se tira disparo, dijo en medio de una tremenda carcajada. Luego, como buen psiquiatra, comenzó a echarse un análisis, de lo más fumado, de la realidad del país y sus conflictos; me puse algo nervioso, porque pensé que luego empezaría a analizarme.

Ya en el aeropuerto me contó que el amigo que venía practicaba la antigua religión, mas conocida como santería.

Finalmente salió el amigo, venía vestido de blanco, no le fue difícil reconocernos; subimos al carro, al rato pasábamos por el obelisco, entonces el yoruba pegó un grito: qué es eso, ¿acaso hay santería en este paí?, es que el obelisco estaba lleno de gente vestida de blanco y con velas en las manos; intenté explicarle, pero él ya había hecho que mi amigo detuviera el vehículo; de pronto estábamos metidos entre el mar de gente vestida de blanco. El visitante intentó hablar con alguien que, lógicamente, se sorprendió al ver a un negro entre aquella blancura, tanto de ropa como de piel. Supongo que alguien le hizo mala cara, porque de repente me dijo: vaya que son descarados en este paí.

Nos sentamos en una banca, él quería descubrir el motivo de la manifestación; de nuevo intenté contarle lo del video; mencioné que alguien había anunciado su muerte; ahí me interrumpió: y dices que no es santería, claro que lo es, no ves que viene desde los muertos.

Yo no tenía ganas de contar mas cosas, me quedé callado un rato, en aquel ambiente extraño, en donde la gente gritaba consignas como si fueran mantras. Sentí temor que el moreno se levantara y se pusiera a cantar algo; pero no lo hizo, solo dijo: no Johan, es puro odio lo que saca esa gente.

Nos subimos al carro y seguía repitiendo que no había sentido buena vibra, yo le dije que me parecía que había buena gente entre los manifestantes, que estaban cansados de la maldad; como buen yoruba me dijo: no, ahí había mucho odio, eso no es bueno, la ropa blanca debe expresar pureza del alma y no sed de venganza, la magia negra no es buena Johan, para nada, eso se revierte. Cada loco con su tema fue lo que me vino a la mente.

La cena estuvo buena; de nuevo hubo congrí, traguitos, chelitas, muy poco se habló de la experiencia en el obelisco; al final resultó ser algo para la anécdota, algo que el yoruba podrá contar cuando regrese a su casa.