martes, 17 de noviembre de 2009

De los que no buscan será el reino de lo inesperado

No he tenido pareja estable desde hace varios años, pero me las ingenio para no estar solo todo el tiempo. La compañía de una mujer es de lo que más se disfruta en esta vida, pero ya saben: todo con medida, nada con exceso.

Eso sí, cuando la compañía femenina escasea siempre están los cuates; aunque hay días en los que definitivamente hay que apechugarse con la soledad, cosa que no tiene nada de malo, también es agradable.

Las últimas semanas ha habido escasez de unas y otros; pero no me preocupo, ni me siento solo, estoy seguro que será un tiempito, nada más. Los cuates andan cada quien en su rollo. El Adán ha venido a buscarme para que le de consejos, siempre le digo que utilice preservativos, a lo que responde que ya aprendió la lección y me muestra la cajita que carga entre su mochila. El Jonás está ocupadísimo, así dice él; yo le creo, porque entre su numerosa prole y la iglesia, a saber cómo le hará. El Beto se conectó una su chica que hace trabajo voluntario y, como anda encampanado, viaja con ella a todos lados.

En esas de estar y no estar con alguien, una tarde pasé enfrente de la casa en la que dicen que está un lugar que se llama Libre café. Como ya me habían contado que no tiene rótulo y que la puerta está cerrada, pero se toca y lo atienden a uno, entonces me paré y toqué; salió a abrir una muchachita, flaquita, flaquita ella, bastante amable, quien me dijo que pasara adelante.

El lugar se ve medio caótico. Entré, hice mi observación rutinaria, caminé por los corredores, no es tan grande; en las paredes hay unos murales bien chileros, aunque da la impresión que no están terminados; por otro lado pude ver una cuna blanca, con un móvil del que penden unos machetes, también blancos; parece que algún artista conceptual la dejó olvidada por ahí; bonito juguete para los niños, pensé.

Me acomodé en una mesita, pregunté qué había de comer, no me dieron muchas opciones, por lo que pedí un pay de pollo y una ensalada de tomate, venía decorada con sal negra y albahaca; bien rico todo.

Ahí estaba yo, distraído, cuando levanté la vista y que me encuentro con la imagen de una patoja como de unos 30 años, sentada en la mesa de enfrente, tomándose un su café, solita, igual que yo. Sostenía en la mano izquierda lo que parecía una partitura y con los dedos de la derecha marcaba el ritmo sobre la mesa, tac, tac, tac, se oía. Vestía unos jeans, tenis; blusa sencilla, pero sexy; tenía el pelo corto, llevaba puestos unos antejos de aros y patas anchas, de esos que están de moda; eran notorios los piercings que cubrían todo el lóbulo de su oreja derecha; bonita se miraba, pero no le puse mayor atención.

Volteé a ver hacia otro lado, mientras sacaba de mi morralito un lápiz y un cuaderno, cosas que siempre llevo conmigo, pero nunca uso. Los puse sobre la mesa y adopté posición de: primero pienso, luego escribo.

A tomar el lápiz iba cuando escuché una vocecita que me dijo: me lo prestás. La niña se había movido sigilosamente hacia mi mesa. Ya sentada, hizo algunas anotaciones en su partitura, borró algo, lo volvió a escribir, sacudió la hoja, la dejó a un lado, me miró a los ojos y se puso a hablar. Me contó que era la primera vez que visitaba el lugar, que estudiaba en el conservatorio nacional de música, que su instrumento preferido era el piano, que no tenía novio; que vivía sola, ahí en el centro, a unas cuadras de Libre café; que le gustaba la literatura, que no le gustaba salir con menores que ella, que prefería los mayorcitos, que tenía 29 años; me dio su opinión sobre política, deporte, espectáculos; me sorprendió su humor ácido y sus comentarios desenfadados, como cuando dijo: me gustaría pedir un espagueti al porno; ah, al forno, dije yo; a lo que replicó: no, al porno, desnudo, sin nada encima. Otra de sus buenas puntadas fue cuando mencionó: la única forma de poner el nombre de Guatemala en alto es escribiéndolo en un barrilete y soltar todo el hilo del carrizo.

Conversamos un buen rato, hasta que me dijo que tenía que irse. Me ofrecí a acompañarla, pero resultó que fue ella quien me llevó, pues tenía parqueado su carro afuera, y como ustedes saben, si no lo saben se los cuento, yo ando a piecito.

Le agradecí el aventón, me despedí de beso, pilas que es uno; a bajarme iba cuando me dijo: Johan, tengo entradas para un concierto de piano que habrá la otra semana en el auditorio de la Marroquín (la universidad), ¿me acompañás? Ulugrún, dije yo, dentro de mí. Traté de quitar mi cara de sorprendido, al tiempo que respondía: me encanta el piano y dicen que esos chavos que darán el concierto son bien pilas... No terminé de pronunciar la frase porque ella interrumpió: entonces paso por vos.

Aquello fue algo extraño, no porque se trate de una patoja tan joven, eso ya me ha sucedido otras veces (aunque recuerden que soy un pajero); lo digo porque el concierto estuvo bien calidá y la compañía mejor; cuesta que eso suceda.

Salú pue.

3 comentarios:

Nancy dijo...

Essssssssssssooooooooooooooo
Que bonististía tu historia Johan, a ver si algún día me doy una vuelta por ahí, a lo mejor me sale un chavón guapo e interesante.... naaaaaaaaaaaaaaaaa jajajaja son pajas. Yo mejor me quedo en mi casita.

Johan Bush Walls dijo...

Nancy: Ya ves, no hay que buscar, no siempre el que busca encuentra.

Salú pue.

Nancy dijo...

Tiene ud. mucha razón, maestro. Ya me lo había dicho antes. Por eso le hice caso y dejé de buscar...
... A ver si se me hace... jajajaja
;o)