viernes, 25 de abril de 2008

Día del libro


Una de mis viejas amigas, que no amigas viejas, bueno, ya está un poco avanzada de edad, pero no hay que hacerle mala propaganda; me contaba que para el terremoto su casa, una obra maravillosa de arquitectura, no sufrió ningún daño; pero ella resultó con un moretón, más grande que mi puño, en la pierna izquierda y que se pasó quejando del dolor durante muchos días. Mi amiga, eminente literata, tenía en su dormitorio una biblioteca bastante grande, cuatro libreras que amontonaban los volúmenes por dentro, por fuera, encima, unos sobre otros, en pilas, en fin, muchos, muchos libros. El caso es que al momento de salir del cuarto, en pleno temblor, una de las libreras cayó justo sobre su pierna, golpeándola y el consiguiente derrame de libros no la dejaba salir, entonces no tuvo más remedio que ponerse a leer mientras la rescataban, bueno, eso no es cierto, los que vivieron el terremoto saben que en aquel momento todo era caótico y en medio del caos ella gritaba por ayuda, que le fue brindada rápidamente, pero por alguna razón, en aquellos momentos de angustia, imaginó que los libros, en mitad de la sacudida, habían cobrado vida y la intentaban retener para que no los dejara, por eso, como niños asustados se aferraban a su pierna. Para los que piensen que esto es cursi, creo que tienen razón, pero también recuerden a todos los escritores del realismo mágico; además en este país la cosmovisión maya dice que debe considerarse que las cosas tienen vida.

Mi relación con los libros es más o menos igual, los considero seres vivos, algo así como en Toy Story o aquellas caricaturas viejas, en donde los objetos hablan entre sí a espaldas de los dueños, entonces imagino sus vidas secretas. En mi mente los personajes hacen cosas que sus autores jamás imaginaron; pero ante todo, los libros son como hijos, los que uno pare y los que adopta de otros escritores, los que se convierten a la fuerza en parte de la vida, en libros de cabecera, aquellos que noche tras noche se acurrucan en el lugar privilegiado, al lado de la mesita de noche. Para mí los libros, antes que la lámpara, eran los que espantaban al coco, las fantasías que evocaban me permitían viajar a lugares fantásticos. Por eso no compro tele, siempre he creído que la lucecita azul espanta las vidas contenidas en los libros que duermen en mi librera.

Quiero dejar constancia que no imagino la vida sin los libros, a pesar que en estos tiempos la web obliga a que uno lea mucho en la pantalla del computador. Por supuesto que todo lo que sea lectura es bueno, no importa la fuente, pero los libros tienen algo incomparable, el olor del papel, la textura, se vuelven parte del patrimonio, se pueden presumir; no es lo mismo decir tengo mil, dos mil, tres mil libros, los que sean, que enseñar una memoria USB de veinte gigas llena de e-libros bajados de internet.

Con mucho gusto saldría a apoyar una marcha en pro de que los libros fueran gratis, al menos baratos pues.

He recorrido, de la misma forma, las librerías de viejo, que son el mercado informal de las editoriales, como las ferias de libros. Precisamente en una feria del libro conocí a una persona que después me robó un amor, o sea que alrededor de los libros se tejen las historias, en torno y dentro de ellos. Los libros son un mundo aparte, lleno de historias complejas que superan a cualquier versión de una novela que pudieramos ver en el cine. Incluyendo el hecho interesante que las editoriales gastan menos en publicar un libro de lo que gastan las productoras de cine en una película. Las novelas siempre superan a la realidad porque han pasado el tamiz de la imaginación del lector, incluyendo, por supuesto, a sus respectivas versiones de cine donde el que la ve no tiene nada más que imaginarse. Recuerdo ahora El Amor en los tiempos del cólera, que jamás me atraveré a ver en el cine.

También tengo una gran respeto por mis lecturas favoritas. Creo en sus autores, creo sus verdades, pero siempre estoy dispuesto a cambiarlas por mis futuras lecturas, que espero sean mejores. Alguien dijo que al final de su vida siempre recordará algunas lecturas intensas. Es interesante, en el día del libro, repasar mis lecturas solitarias, las compartidas, las sufridas, las gozadas, las desveladas, las comidas y todas las demás...lecturas.

Salud por los libros pues.

2 comentarios:

Pedro J. Sabalete Gil dijo...

Pues a mi la imagen de tu amiga atrapada por los libros no me parece nada cursi; la idea me parece más bien tentadora. Y como símil del estado idílico en el que quisiéramos estar lo que disfrutamos de la lectura, es buenísima.

Saludos.

Johan Bush Walls dijo...

Goathemala: Sería algo así como quedarse atrapado en una biblioteca desierta.

Salud