viernes, 21 de marzo de 2008

Viernes Santo

El Centro histórico en semana santa me hace recordar Masada*, y no por las películas de romanos que pasan en la tele en esas fechas. Dejen que me explique, Masada fue una fortaleza judía, construida en lo alto de un monte, que fue sitiada por muchos meses hasta que lograron rescatarla. Estar en mi apartamentito, que queda entre la Recolección y la Merced, se asemeja a ese eterno sitio, especialmente el viernes santo.

Durante la semana santa el centro gira en torno a las procesiones. Desde el miércoles de ceniza las marchas fúnebres se convierten en el sonido ambiental, se pueden escuchar de la primera hasta la veinte calle, en realidad son tan molestas como las manifestaciones de los maestros. Los que no profesamos filiaciones religiosas somos mal vistos por considerar un ritual ridículo las enormes procesiones, pero eso es harina de otro costal.

El Adán dijo que a él le pela la semana santa, pero que admira ese fervor que la gente manifiesta, que es algo que va más allá de la religión, que es un gran festival, que otros países tienen carnavales y nosotros tenemos procesiones, y que iba a abrir el negocio normalmente; en realidad no es tan normal, pues su localito oscuro apenas alcanza para cubrir la demanda: en la fila de la puerta hay un par de “gringos mochileros”, bueno, no sé si son gringos, resulta que aquí en Guatemala es común que a cualquier extranjero que sea canche y de ojos claros se le diga gringo, sin importar que venga de Europa o Sudamérica; también hay una turba de adolescentes, algunos con cara de “trasheros”, vestidos de negro impecable, y un par de “hippies” de mediana edad, de esos que andan con caites y pantaloneta; todos venimos huyendo del calor y de las procesiones que se han tomado las calles desde las 5 de la mañana.

La gente asume con tanta seriedad el sacrificio que hasta dan lástima, ayer, luego de cenar, me encontré con Jonás que iba con su mara, se me pegó y nos fuimos a tomar, él, una Pepsi (como dice que es cristiano renacido) y yo un par de chelas, a una cantinita que administra la Normita, una de mis amigas, y el lugar parecía palo de Jacaranda de tanta túnica morada.

Hoy la mayoría anda de negro, pero ayer había que ver la sed que produce la cargada, y yo creo que la Normita se acabó la cerveza que tenía en la bodega, porque como a la una de la mañana apareció un camión de la cervecería (y yo que pensaba que no atendían al cliente), no sé porque pero me acordé de cuando estrenaron 4 grados y una doñita que tiene una su cantinucha, al final de la calle, se quedó sin cerveza de todo el maral que llegó.

Pero ya me salí de la historia, el caso es que hoy es sitio completo, si yo no salgo de la casa temprano ya me jodí, porque si no es alfombra es procesión y hay que hacerse los quites de la gente que se amontona en la puerta, todos los años la vecina de enfrente me invita a que me una a los constructores de alfombras y siempre declino el ofrecimiento, hoy hacen casi tres, porque las deshace la gente y la vuelven a armar.

Así que aquí estoy, intentando explicar lo que significa pasar esta semana entre marchas fúnebres, bolos en túnica, hordas de soldados romanos que con una escoba en la cabeza y caites forrados de papel dorado corren por la ciudad y sobre todo: el color de palo de Jacaranda de las cantinas que se llenan de ebrios santificados.

Salú pue.

* Ver siguiente post.

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