viernes, 21 de noviembre de 2008

Cine

Desde aquellas primeras citas de juventud aprendí que es mala idea invitar al cine a una chica cuando se le corteja. Usualmente una película tarda más de hora y media, lapso que se convierte en tiempo perdido, pues no hay forma de adelantar en el conocimiento de la otra persona; no se puede conversar, los únicos comentarios son los dirigidos a algún aspecto de lo que se está viendo, y esos no siempre son válidos, porque distraen, no solo a la pareja, también a los que están alrededor. Luego, al salir del cine, la cita casi ha terminado y no queda mayor oportunidad de avanzar en la conquista. Recuerden que las primeras salidas son como los primeros rounds de las peleas de box, puro reconocimiento; por supuesto que hay peleas que se ganan por knockout en el primer asalto, pero yo me parezco a Tyson solo en el color.

El caso es que Marina*, después de la comilona de fiambre, insistió en que sería bueno ir al cine, yo le dije que no era buena idea, pero entonces cometí uno de los errores más grandes que un hombre puede cometer, contradecir a una mujer, así que ella se lo tomó como algo personal y, utilizando todas las malas artes del sexo femenino, me convenció.

Salimos el viernes, deliberamos sobre la conveniencia de ir a un cine moderno, caro y con pantalla más grande, de esos que hay en los centros comerciales, o si nos acomodábamos en una de esas salas viejitas, de las que todavía quedan en el centro, yo pensaba en mi comodidad, porque me disgusta salir de mis dominios, el asunto es que en los cines de la zona 1 las películas se ven oscuras y la comida es mala. Perdí, una vez más, la disputa, por lo que dejamos el centro histórico y nos dirigimos al centro comercial que está por Las Majadas, tiene buenos cines. El ambiente en el mall era de navidad, adornado con árboles y ositos, bien lindo todo.

La función transcurrió como lo había pensado, cruzamos unas cuantas palabras antes del inicio, comimos las chucherías que compramos, no se puede hablar en confianza con gente alrededor.

La película estuvo mala, durante la proyección aproveché para analizar la situación, pensé que, de plano, no había futuro en seguir saliendo con Marina. Ella es la típica ama de casa, divorciada desde hace años, según me ha contado, no ha salido con nadie desde entonces, se ha dedicado a cuidar a los hijos, pero ahora que ya están crecidos quiere darse un poco de tiempo; cositas así me ha platicado. La conozco desde hace pocos meses, cuando llegó al taller, espero que no sean mis prejuicios, pero creo que lo que necesita es alguien con quien estar hasta que la muerte los separe; por supuesto que eso no va conmigo. Además, el Adán, que parece estar preocupado por mi soltería, me dijo, el otro día, a lo pelado: esas doñitas son de las que no sueltan nada hasta que tienen el anillo en la mano, claro que es la visión de un patojo, a quien no debería interesarle meterse en mi vida.

Como les he contado, me gusta la soledad y la valoro, no estoy interesado en volver a compartir el apartamento, las deudas y los problemas.

Una eternidad después, salimos del cine, comentamos la película, a ella tampoco le gustó, me dijo que la Demi Moore se puso vieja y nunca aprendió a actuar; pero se ve muy bien todavía le repliqué, sonrisas más, palabras menos, algunas chispas brillaron en los ojos de ambos.

Afuera del cine, llegó ese momento en el que no sabía que decir, quería invitarla a comer, pero era algo tarde, más de las diez de la noche, intuí que para ella estar en la calle a esa hora no era usual. Voy a buscar un taxi, iba a decirle, cuando dijo: Johan, vamos a tu casa.

Salú pue.

*La explicación del asterisco se encuentra en el post anterior, si lo leyó, entonces sabrá que significa, si no lo leyó, entonces tendrá que hacerlo, para descubrir el significado del asterisco.

viernes, 7 de noviembre de 2008

Graduaciones y fiambre

Vivo solo desde hace muchos años, es algo que disfruto, tal sentimiento de libertad es incomparable; a pesar de eso, mi relación con las mujeres ha sido excelente, pero me pasa como en La insoportable levedad del ser, y existen pocas mujeres que estén dispuestas a aceptar algo semejante. De ahí que mis relaciones largas no se hayan visto favorecidas, en las cortas me ha ido mejor. He llegado a pensar que, tarde o temprano, estar con una mujer se convierte en mi versión particular de Fatal attraction: llamadas; frases como: ya no me buscaste; llamadas; llantos; apariciones sorpresivas; llamadas, y eso en la fase inicial. Cabe mencionar que algunas mujeres andan en la búsqueda constante, obsesiva, de encontrar a aquel que viva con ellas hasta que la muerte los separe.

Luego de la piñata, Marina* me hizo dos invitaciones, quería que la acompañara a la graduación del novio de su hija, el viernes; y el sábado ir a comer fiambre a su casa.

Pensarán que soy un antisocial, pero las graduaciones no me gustan, nunca he entendido porque celebran, pues de todos los que estudian el último año, obtienen el título el 99%, quien no lo hace es porque de verdad se la pasó de vagabundo todo el año. El caso es que no pude negarme.

No tengo vehículo, además no me gusta manejar en esta ciudad, así que llegué a buscarla en taxi.

La niña estudia en el mismo colegio que el novio y como es la abanderada de su sección tenía que ir uniformada, pues le tocaba ser escolta de los graduandos. La pobrecita lucía estresada, pues eran las nueve de la mañana, el acto daría inicio a las diez, pero su madre aún no estaba lista. Finalmente Marina estuvo lista, vestía un traje hermoso, un poquito pasada de maquillaje; el perfume estaba en su punto; la niña se relajó y tomamos camino al colegio.

El evento era en un colegio evangélico, de esos que pertenecen a una mega iglesia; el salón era enorme, y estaba llenísimo. La niña se ubicó rápidamente.

Entre las oraciones, los largos discursos de los directores, la propaganda del colegio, la música del grupo de alabanza, y el sermón, se fueron casi dos horas. La gente se aglomeraba, entraban, salían. Había de todo: mujeres maquilladas exageradamente, otras mostraban cirugías evidentes; ni hablar del vestuario: trajes de noche en plena mañana, hombres en mangas de camisa, uno que otro con esmoking; yo me sentía más o menos, vistiendo mi único traje, uno beige de lino, bastante pasable; eso de vestirme formal no va conmigo.

Llamaron a los patojos, uno por uno, eran un poco más de cien, los padres pasaban y, con todo el orgullo del mundo, colocaban el anillo de graduación; luego, acompañados de los padres, posaban para la foto. Un ritual eterno.

El acto terminó con las palabras del representante de los alumnos, casualmente era el noviecito de la niña; se quejó de la crisis, pero hizo alarde de lo bien preparados que salían, de esa forma podrían hacerle frente a la vida real. No había terminado de decir la última palabra cuando sonó la música, otro canto de alabanza, una oración final, salida de las banderas, gritos, chiflidos y la bulla de los graduados.

Reunidas las dos familias, afuera del salón, noté cierta incomodidad en Marina, resulta que los buenos hermanitos me habían hecho blanco de sus miradas. Esas cosas ya no me incomodan (como he dicho otras veces: ser de color en este país es ser alguien extraño, alguien a quien ver), pero ella daba la impresión de no estarlo asimilando de buena manera. Fue algo raro, pues en medio de los saludos y las presentaciones de rigor, ella no atinaba a encontrar la palabra justa para describir porqué yo la acompañaba; hubiera bastado con decir, él es Johan, pero se complicó, ¿o sería yo el complicado?.

La familia del chico nos invitó al almuerzo, pero opté por disculparme, Marina trató de disimular su molestia, pero no insistió. Nos despedimos, con un beso protocolario, pero le alcanzó para susurrar, te espero mañana en casa.

El sábado me levanté tarde. El Adán llegó por la madrugada, buscando refugio, platicamos un buen rato, nos tomamos un par de cervezas; él venía de una fiesta de Halloween. Yo todavía seguía tratando de procesar lo sucedido en la graduación; pero no las miradas de la gente, pensaba en la actitud de Marina. Sucede que, a estas alturas de la vida, sigo sin entender las señales que envían las mujeres; los pequeños besos, los susurros, las incomodidades aparentes, los abrazos sostenidos, las tomas de la cintura; todo eso no siempre tiene el mismo significado, y si uno las interpreta mal, entonces las cosas se echan a perder.

Poco antes del medio día, Marina se apareció por la casa, sin previo aviso, llevaba un poco de dulce de ayote, yo le había comentado que me gustaba, parecía tener cara de disculpa, pero no dijo nada al respecto. Hablamos un rato, finalmente dijo: no entiendo la actitud de la gente, me siento apenada, nunca imaginé que te verían de esa forma, hasta me quedé con la impresión que pensaste que yo también me sentía mal por tu presencia. Le dije que no tenía importancia, y así era. Pero sus palabras me hicieron sentir bien.

Al final, terminé comiendo fiambre en la casa de Marina, tengo que contar que estaba muy bueno; eso, más la conversación; unas cuantas cervezas, que yo pasé comprando, no vayan a pensar que soy un gorrón; y la música de marimba, me hicieron sentir que tenía una familia tradicional; pensamiento que alejé de inmediato.

Cuando nos despedimos puse mis manos alrededor de su cintura, estuvieron ahí el tiempo que tardamos en pronunciar las palabras de despedida.

Salú pue.

*Marina es el nombre ficticio de Carmen, quien tampoco se llama así.