viernes, 2 de mayo de 2008

Casaqueando

Llegué, según yo, temprano a las 20:30, la invitación decia 20 hrs así que pensé que estaba a tiempo. El primer problema fue el parqueo, yo no tengo nave, pero el Jonás y el Adán me habían convencido de irme a echar unas chelas a la zona 18 y por lo tanto andabamos en la nave del Jonás, conductor designado porque, como ya se sabe, no bebe más que Pepsi Cola de dieta. El Adán venía medio entonado y se había traído a una amiga de la universidad, una patoja muy lista que se echa unos análisis psicologicos de cualquier cosa y luego escribe unas pajas que para que les cuento, además ya deben haberla leído, porque como todos los patojos de ahora ya tiene su libro publicado.

No había lugar en la calle, dimos un par de vueltas; por fortuna el Sentra del Jonás (le decimos Sentra porque se le entra el agua, el aire y el polvo, jeje, si, es un chiste muy viejo, pero que le hago, los viejos hacemos chistes viejos), en realidad es un SEAT del año del caldo se dejó meter como con calzador en un espacio mísero, donde, desde luego, apareció una doñita con el consabido "se lo cuido don", al menos no es tan chucha como esos que se ponen en "cuatro gramos", pues al final le dimos cinco pesitos y quedó tranquila, entonces nos bajamos y nos dispusimos a pasar adelante.

La actividad ya había comenzado, el lugar estaba llenísimo, había un cuartito en donde se acomodó el escenario, la mara que llegó temprano se acomodó en las mesas y todos estaban en la chupadera, alguién leía, pero hasta afuera no se alcanzaba a escuchar y menos se miraba quien hacía uso del micrófono. Tenía curiosidad porque el Jonás me contó, que a él le contaron que, todos decían que en el libro había un relato autobiográfico mio, pero yo les decía que de plano que no, que no era posible porque no me la habían pedido, el Adán tambien decía que no era posible, pero para no seguir en la discusión, pues confieso que ese fue el motivo por el que finalmente fui a la presentación.

Me extrañó que casi nadie me reconociera, a pesar que entre el marerío habían muchos que en alguna oportunidad han llegado a mis talleres, de plano, metidos como estaban en sus propios mundos, unos echandose las chelas, otros comiendo, cantineando, dejándose ver y viendo a quien conocían. Un par de chavos que llegan al taller, cuando me vieron, me reclamaron ofendidos porque no estaba el prometido texto en el libro; pero yo no pude decirles nada, porque no sabía nada de eso. Hice mi respectiva colita para pedir el volumen, entregado el nombre y dirección electrónica, me dieron el libro.

Igual que la concurrencia, agarré mi libro y me dediqué a platicar con quien se dejó. El Jonás intentó pasar a la sala de lectura, pero no se podía, la verdad, era bastante incómodo, ahí se veía a los lectores como aquellos músicos que contratan para animar las cenas o el pianista del viejo Hotel Panamerican: no importa lo que toquen nadie los escucha, todos están más interesados en su comida, su compañero/a de mesa y su bebida, y de pronto, cuando escuchan el silencio que dice que acabó la lectura o la música, sueltan un aplauso de compromiso y pasan a lo suyo.

Pude ver a unos jovencitos pidiéndole autógrafos a algunos autores jóvenes, otros más viejos, como no son ya tan faranduleros,no son de los habituales en el sector, pasan desapercibidos, los chavos no los reconocen, incluso pedían autógrafos a algunos que no fueron publicados.

Al rato vi al Adán en plena actividad amatoria con la noviecita que lo encontró ahí, la chica que venía con nosotros se comía con los ojos a un extranjero melenudo y Jonás discutía de religión con un hombre bastante raro, vestido de saco y corbata, uno que andaba repartiendo estampitas de Micos y Pericos, pude ver que los lectores habían acabado (o los habían acabado) y un poco aburrido, porque eso era un rollo para patojos y escritores de verdad, entonces me despedí y me dirigí a mi casa, no sin decirle a Jonás que nos juntaramos otro día. En el camino a todavía me encontre con un par de sujetos, de los que llegan al taller, quienes también me reclamaban que era un pajero, porque habían llegado para oirme leer y que ni siquiera había salido en el libro, pero yo les aclaré que ni me pidieron ni pedí salir, entonces cualquier cosa que hayan dicho o escrito al respecto, pues que era pura casaca, paja pues. Uno de ellos quiso quedar bien conmigo y me dijo "Johan, tu paja es mejor que esta casaca", ya dejate de pajas, le dije, yo no hago competencia con nadie.

Me quedé pensando en que toda la noche había sido una casaca, o sea, la paja era que se trataba de una actividad literaria, pero fue una lástima que entre el convite y la morería el escenario no fue adecuado para escuchar a los lectores. Me quedé pensando en que la casaca se la dá uno mismo y a veces se la cree, aquí estoy, dandole una leidita a este volumen que tomará uno de dos caminos: o se queda en mi biblioteca, o se vuelve el sueño de una noche de verano, uno en el que ni siquiera la pasé bien, culpa mia pues, porque ya no me siento bien entre tanta mara, creo que me estoy volviendo viejo.

2 comentarios:

El Criticón Chapín dijo...

Gracias por su mensaje en mi blog. Yo para nada soy escritor, pero he puesto el suyo ente mis favoritos pues quiero aprender de personas como usted. Por le leído aquí se que le puedo chupar rueda. Saludos cordiales.

Johan Bush Walls dijo...

Criticón: Gracias por la visita recíproca, pues como usted puede ver yo solo soy un negro literario, aunque por lo visto digno de imitar, jeje, eso sí.

Salud pues